CUENTOS cortos

LA SACERDOTISA INCA

 

En Machu Pichu (Perú), camina por la calle, se está acercando a un centinela, le mira a los ojos. Él se endereza, sin rigidez y la contempla con respeto antes de bajar la cabeza.

 

La acompaña alguien, un criado tal vez, que lleva algo de peso.

 

Esa tarde, se encuentra en lo alto de una escalinata, frente a un altar que se abre al abismo de las montañas, donde crepita un fuego sagrado. Lleva una túnica blanca, con cinturón y pechera de piedras. El pelo negro, largo, trenzado en parte, con un elegante adorno en la cabeza, cae por su espalda, mientras eleva los brazos ante el altar para invocar a la deidad.

 

La gente aguarda y al volverse comienzan a subir las ofrendas. Son frutas, de las que la mitad serán para el sacrificio y la otra mitad para ella.

 

Se trata de una ceremonia de la fertilidad y la prosperidad, en parte de gratitud y en parte de súplica. Esta tarde y esa noche se consagrarán a la procreación y al amor.

 

Ella quedará sola. La acompaña una muchacha a sus habitaciones, donde la aguarda un perfumado baño. En cuanto desciñe sus vestidos, la deja ir con su amante.

 

En el agua, en el lecho y en el borde del acantilado, la envuelven y penetran las fuerzas del Agua, la Tierra y el Aire, que mezcladas con las que ya entraron del Fuego la conmueven y llevan al éxtasis.

 

Sus cantos de gozo se oyen en la ciudad y les sirven para confirmar la buena disposición de la naturaleza para la fertilidad de hombres y mujeres, de sus campos, y también... de sus corazones.

EL TROGLODITA ESCOCÉS

El joven es iniciado en la caza, lo que fuerza su naturaleza pacífica y le obliga a ensañarse, por temor y desahogo, con las grandes piezas, inducido por su instructor, hombre fuerte, violento y muy agresivo.

 

Pasado un tiempo, en su choza, contempla impotente desde el lecho, postrado por alguna enfermedad que le impide moverse, como ese hombre degüella a su esposa y le clava su espada en el vientre, mientras su hijo huye gateando.

 

Después, el agresor se dirige a él con sorna y crueldad, saboreando el sufrimiento que le ha provocado y el que le provoca anunciándole su muerte. Eleva lentamente la espada sobre su cabeza y la deja caer con toda su fuerza, partiéndole el cráneo.

 

El espíritu del joven sale del cuerpo en forma de una densa energía verde que se queda pegada en el techo de la choza, y que, una vez completa, se cierne sobre el asesino ahogándole, creándole una angustia infinita, dejándole hecho un ovillo carbonizado.

 

Al expirar, este ser se transforma en energía blanca que sube a través del techo sin dificultad.

 

La energía verde entonces sale, casi rastreramente por la puerta y entra, al subir, en una densidad negra de la que surgen figuras rojas que le recriminan su acción, le gritan y zahieren. Se tapa los oídos para no oírles, pero finalmente reconoce que la venganza nunca está justificada y por su propio poder debió saber perdonar.

 

Una vez purgado su delito, sube ya transformado en energía blanca a un lugar más luminoso, de suelo algodonoso, donde le espera el alma de su esposa que, sonriente, le ofrece pasar por un umbral que le lleva a través de un laberíntico e intrincado pasadizo de bellas paredes rocosas, como de hielo iluminado por dentro, que va girando a izquierda y derecha, subiendo con poca inclinación sin vislumbrar nada más que las paredes contiguas.

 

Acaba en un lugar sin luz, pero tranquilo, como un firmamento en el que le llegaran las estrellas a gran velocidad, transformadas en figuras geométricas alargadas y de colores sin brillo, formando rayas y cuadrados.

 

En el siguiente paso es un ser transparente en su contorno y su atuendo, una túnica blanca, sin mangas, ceñida por un cinturón de piedras refulgentes de colores. Está en un palacio de cristal, grande y luminoso.

 

Se acerca a un atril donde hay un libro abierto con caracteres que no distingue porque está borroso, es como si viera a través de agua. Pone su mano sobre la página para aquietarlo y entonces el color y la densidad entran por su mano, suben por el brazo y llegan a todo el cuerpo, dándole consistencia.

 

Se dirige al trono que ha descubierto en la sala porque, aunque se resiste, intuye que es su sitio. Se abren las puertas de la inmensa sala y entra mucha gente, todos con túnicas blancas, ordenadamente, en silencio.

 

Forman un pasillo hacia las puertas del fondo, por donde entra un pequeño séquito en el que destaca el hombre que le agredió en su vida anterior, con túnica corta, cabizbajo y arrepentido; sometido a la volundad de su señor, que es el joven.

 

Al llegar a él se arrodilla y baja aún más la cabeza. El joven le perdona colocando su mano sobre ella. Alivio general y el alma de la esposa, que aguardaba fuera, se desvanece. Acto seguido, también lo hace el joven , dejando su túnica sobre el trono.

LA CURANDERA INDIA

Espera preocupada en lo alto de una loma, mirando en lontananza.

 

Una nube de polvo va convirtiéndose en unos jinetes, guerreros que traen en angarillas a sus compañeros muertos o heridos.

 

Entre ellos viene su hijo. Está herido y enfermo, agonizante. En la tienda de vapor lucha por su vida, recurriendo a todos sus remedios, pero finalmente muere. En el último momento sus ojos le muestran su amor y gratitud, pero aun así, reniega de su "aparente" sabiduría y función en la tribu, ante lo que considera su ineptitud.

 

Entierra con rabia y dolor todos los útiles de sanadora, y se hunde en el bosque de montaña, negándose a sí misma, envuelta en su propia sombra. Se aisla en una cueva donde se consume sin alimentos y sin interés por vivir; momentos antes de morir, se presenta el alma de su hijo convertida en lobo, transmitiéndole con sus ojos y actitud el perdón y el amor que ella se niega.

 

Pasa a un plano de absoluta oscuridad, donde espera que se abra una puerta. Así ocurre y pasa por ella a un haz de luz ascendente, no muy fuerte, que cambia del verde al azul y después a un blanco opalino, que aboca en un lugar de plena luz, donde no distingue nada. Le da la bienvenida su hijo, que se funde con ella en un bellísimo abrazo. Entonces comprende.

 

Él, estando vivo y sano se burlaba de sus conocimientos, por broma, pero su ego se dolía. Al querer demostrarle desde ese ego de lo que era capaz, falló, estrepitosa y gravemente.

 

Es canal, no fuente. Hacedora del designio superior, puente para sus planes y éstos son incomprensibles para su nivel, por lo que ha de aceptar lo que disponga, pues siempre es "lo mejor" para el Ser, individual y coletivo.

 

 

RELATOS

POR LOS VALLES DE ASTURIAS

Iba cuesta abajo por un camino cubierto de ramas y hojas de los eucaliptos que lo circundaban. El terreno era inseguro pues el material vegetal lo cubría por completo con una gruesa capa resbaladiza. Al menos estaba seco. Era pleno verano, una cálida tarde de Julio.

 

Llevaba una de esas pequeñas hojas de ruta que me habían dado en la oficina de información turística. Se trataba de un recorrido circular de pocos kilómetros en el fondo del valle, cerca de donde me hospedaba. Perfecto para no tener que utilizar el coche.

 

Al final de la cuesta disfruté de una umbría que cruzaban varios regueros de agua creando un lugar sereno, mágico, formado de verdes y lleno de paz.

 

Continué caminando entre una arboleda espesa. Silencio, sólo se escuchaba el zumbar de las moscas. Ni el menor atisbo de humanidad. A la vuelta de una curva comienza un repecho… completamente cubierto de helechos. Estaba claro que esta ruta hacía tiempo que no había sido transitada. Opté por avanzar pues no había demasiadas zarzas. Aunque también hube de soslayar algunas.

 

Una vez superada la escabrosa subida de nuevo la tranquila selva flanqueando el camino.

 

De repente, algo se mueve entre los arbustos de mi derecha. Es de tamaño medio por el ruido que hace. Parece que se queda quieto. Confío en que ahí se quede y pueda seguir tranquila. En el folleto habla de la fauna de la zona: venados y jabalíes.

 

Parece que sigue avanzando conmigo, parándose cuando yo me paro. Por precaución recojo un grueso palo del suelo. Tal vez sea un jabalí, creo que sólo atacan para proteger a sus crías. Pero…

 

Continuamos con el juego de arranca y para. Mentalmente le envío un mensaje de paz y concordia. Le pido que se aleje pues puede hacerlo mejor que yo. Por su lado hay mucho bosque, yo sólo tengo el camino.

 

Empieza a emitir un sonido, como el ladrido de un perro asmático. Insisto en que lo mejor es que nos vayamos cada uno por nuestro lado, ya que si nos encontramos nos vamos a dar un gran susto los dos.

 

Al cabo de un buen rato, insistiendo en mi mensaje mental y el otro en su medio ladrido, con muchos espacios de silencio, terminó por desaparecer.

 

Más aliviada continúo sin soltar el palo que me está sirviendo de apoyo.

 

Algún kilómetro más adelante un gran árbol caído en mitad del camino me corta el paso. No es cuestión de deshacer ahora los pasos dados y trepo por la ladera para tratar de rodearlo.

 

He de caminar por ella bastante trecho pues no hay manera de bajar, hasta llegar a un pequeño terraplén por el que me decido a hacerlo. Me apoyo en el palo para no resbalar, pero se rompe, dándome una dolorosa culetada sobre lo único duro de mi atuendo veraniego, el móvil, que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón, totalmente inservible en toda esa zona por falta de cobertura.

 

Un poco más adelante el camino se bifurca… Tomo a la derecha sin mucha convicción, pues hace tiempo que el papelito de la ruta no me sirve para nada, ya que los hitos que señala brillan por su ausencia.

 

Ya se hace largo y pesado el recorrido, no acierto a verle el final y enfilo el penúltimo repecho en busca de la salida, supuestamente al otro lado del pueblo de Malleza.

 

Asomo por fin a la civilización… una carretera. Vacía y rodeada del mismo bosque, algún prado y… ¡ casas !, donde poder preguntar dónde me encuentro y orientarme.

 

Me decido esta vez por la izquierda. Todas las casas están cerradas. Vislumbro una espadaña con su campana y sigo hacia allí. Al poco empiezo a oír una sierra mecánica. Por fin gente.

 

Una señora mayor está cortando leña y, a pesar de mis avisos, se asusta al verme junto a ella.

 

Amablemente me saluda y ante mi pregunta para llegar a mi pueblo adoptivo por unos días, me indica que está un poco retirado, como a 15 km, pero me señala como llegar con el coche (que supone tengo en la puerta).

 

Emprendo la vuelta por el asfalto. Animada por ubicarme de nuevo en el mapa, aunque sea en el valle contiguo del que partí. Aún queda mucha luz y camino acompañada. El perrillo de la casa se viene conmigo, muy contento ante la novedad.

 

Tras varios kilómetros y dos bifurcaciones temo que no sepa volver. Ha agotado sus reservas para ir marcando el camino con su orina y casi arrastra la lengua por el suelo.

 

Le hago saber, como buenamente puedo, que no quiero que me siga y que vuelva a su casa.

 

Se queda un poco atrás y veo como se dirige a un prado donde hay una bañera que hace de bebedero para las vacas, pero tiene muy poca agua y resulta muy alta para su tamaño.

 

Al rato aparece tan feliz completamente empapado. Debió poder saltar lo suficiente para colarse dentro, beber y, de paso, darse un baño.

 

Ya vislumbro a lo lejos la cúpula verdiazul del campanario. Pasado el punto de fatiga, las piernas y brazos se mueven solos, parecen hechos de trapo. La tranquilidad de ir por buen camino me impulsa sin gran esfuerzo. Mi mayor preocupación es el perrillo descarriado.

 

Finalmente llego a mi hospedaje. Allí me confirman el cruce al otro valle y cuál era el animal que me acompañó parte del camino… un venado, que son los que emiten un sonido parecido a un ladrido. Habría estado bien saberlo antes, por lo de ahorrarse los miedos infundados.

 

Para librarme de mi enamorado canino y de su excesiva efusividad, tuve que encerrarme en mi habitación por unas horas. Antes me aseguraron que, como buen perro montañés, sabría volver a casa sin ningún problema, sin necesidad de preguntar, como había tenido que hacer yo.

 

Mara Cascón

 

CERVERA DE PISUERGA (Palencia)

 

Llueve y por ello aprovecho para tomar estas notas, hasta que escampe y pueda hacer la senda que bordea el pantano. Para ello he desayunado como una reina en este acogedor Parador: piña, mandarina, chorizo, salchichón, jamón, cecina, queso, tostadas con aceite, huevo frito, beycon, te con limón, zumo de naranja y agua.

 

Ayer fue un día hermoso. Aunque lo último que hice antes de salir de Madrid fue llorar desconsoladamente mi soledad y el vaivén emocional que mis encuentros con Germán[1] me provocan. En ocasiones son excelsos y llenan de júbilo mi corazón y mi cuerpo, y en otras profundamente tristes y frustrantes cuando lo siento lejos, atenazado e inmerso en sus crisis de conciencia, que se reflejan en la falta de contacto, tanto físico como emocional. Todo esto me daña profundamente, provocando mi ira y mi desconsuelo.

 

A lo largo del camino hasta aquí estuve luchado denodadamente por remontar el vuelo, salir del pozo de la angustia, el dolor y la pena.

 

Me ayudaron la fluidez de la carretera, los colores del otoño en el paisaje, tachonado del amarillo vibrante de los chopos, el ocre de los robles y el contrapunto de los verdes que se resisten a marchar.

 

El cielo cubierto, protector y preñado de agua que derramaba su generosidad en la tierra sedienta, que agradecida vestía sus mejores galas.

 

La música a todo volumen, para tirar del alma y mover el cuerpo.

 

Todo ello con la intención de volver a mi centro, ayudar a fluir el pensamiento, iluminar las sombras y ver de nuevo con claridad la eterna solución no aplicada.

 

No renunciar al amor, pero sí renunciar a los encuentros profundamente íntimos del sexo; son los que le trastornan, a mí ya no, me aportan lo que más necesito: contacto, caricias, gozo, comunión sana y fluida con otro cuerpo, la mutua entrega llena de alegría.

 

Pero en su caso sigue teniendo efectos secundarios adversos. No ya durante, sino después. Tanto físicos (lumbalgia, ciática, …. ), como psíquicos (sentimiento de culpa, deshonestidad, incoherencia,..) y emocionales (tristeza, ansiedad, crispación,… ). Todos ellos me afectan directamente, como lo hacen entre sí los vasos comunicantes.

 

Si queremos preservar ese amor y que no se degrade, hemos de mantenerlo puro y casto, es la única solución válida para él. Aunque no lo es para mí.

 

He de buscar el equilibrio en otra parte. No puedo seguir desatendiendo mis necesidades. Ojalá llegue pronto esa mesa dispuesta únicamente para mí y pueda dejar de tomar mi alimento bajo el mantel o en la cocina. Eso sí, las mejores tajadas según creo.

 

Para ayudarle a aceptarlo le contaré el símil del buen vino añejo, que es un tesoro en la bodega.

 

En lugar oscuro y escondido va ganando valor, sustancia y fuerza, pero, cuando se saca a la luz y se descorcha, hay que consumirlo rápidamente para saborear todos sus matices, disfrutarlo en su inmensa gama de dones, gozosa y profundamente, porque, si se queda abierto y sin consumirlo, se deteriora y avinagra.

 

Hemos descorchado algunas botellas, magníficas, pero están empezando a quedar restos que se pudren al no apurarlas.

 

Lo mejor será dejar el resto en la bodega. Tal vez más adelante podamos disfrutarlo. Tal vez no. Pero es un sacrilegio desperdiciarlo ahora.

 

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Llegué al Parador lloviendo, lo que, unido a mi cansancio y la amabilidad de la recepcionista, ayudó a decidirme por la oferta de dos noches con media pensión. Todo un derroche para un solo bolsillo, pero me lo debía tras las extenuantes semanas vividas.

 

Además, ya es hora de que empiece a tratarme como una reina. Lo merezco y  no voy a pasarme la vida esperando a que alguien lo haga por mí. ¿Que es mejor compartirlo y recibirlo de la persona amada?. Estoy de acuerdo, pero he sido injusta privándome de ello. El motivo en realidad no era el económico, puesto que puedo permitírmelo, sino de autovaloración.

 

¡Qué mejor muestra del amor que me profeso! ¡Qué mejor manera de independizarme de lo que hagan o dejen de hacer los demás por mí! ¡Qué mejor manera de enseñarles a quererme!.

 

A esta toma de conciencia me ayudó el encuentro con Galo, un sabio anciano de 89 años que compartió su momento de calma conmigo en un parque de Aguilar de Campoo, donde paré a comer algo.

 

Me hizo partícipe de su sabiduría y de la profundidad de su corazón, de cómo vivió la guerra civil, de sus reflexiones sobre el dictador, de su conocimiento de los hechos mundiales y de su frustración por la falta de formación que hábilmente manipularon los poderes fácticos en su época (y en la nuestra).

 

También habló de las limitaciones de sus paisanos, de la bondad de su esposa, que le acompañaba desde hacía 65 años, del placer de la comida y del entorpecimiento de la edad, que le hacía reírse de sí mismo.

 

Gracias Don Galo, aunque renegarías del Don. Tus consejos han sido muy válidos y tu generosidad también.

 

Me hizo sentir acogida, apreciada y querida, aun sin conocerme, pero “reconociéndome”.

 

Su mensaje fue directo y mirándome a los ojos:

“No te dejes atrapar por un hombre que quiera que le lleves el desayuno a la cama y él se pase el día en la tasca”. “En la tasca sólo se dedican a despellejar a los demás y terminan siempre peleándose”.

 

Él no sabía nada de mi dilema personal.

 

Por eso doy las gracias por haber tenido la oportunidad de recibir a este mensajero y de haberlo sido yo a su vez para él, de amor y consuelo.

 

Y luego, tras dejar atrás Cervera de Pisuerga, en las inmediaciones del Parador, mi encuentro con el BOSQUE. Magnífico, sereno, hermoso, lleno de vida y de paz.

 

¡Qué inmensa alegría me colmó cuando toqué con ambas manos el roble al que presenté mis respetos, saludando y pidiendo permiso para entrar en su ámbito!

 

Hermoso, acogedor, vivo y silencioso. Ahíto de agua y de luz, tenue y dulce, para intesificar la exquisita gama de colores que tapizaba el suelo, la hojarasca de los árboles, las laderas de las montañas, los velos del cielo.

 

Y me llené de gozo, que canté bajito, que canté a voz en grito, que bailé y salté, colmándome de fuerza, alegría y poder. Gracias.

 

He convertido el Parador en balneario. Ayer tomé un baño muy caliente de agua pura, con una vela encendida y suavizando las luces del techo. Lavé mi cabello por inmersión. Salieron por los poros todas las tensiones, incluso la arterial, requiriendo de reposo en la cama hasta que se recuperó y dejaron de pulsar las vigas del techo. Un masaje con loción hidratante de olor peculiar para reactivar la piel de todo el cuerpo y el pelo a secar al aire tras tenerlo enrollado en dos toallas.

 

La cena de lentejas, lubina, pastel de manzana y un rioja excelente completó la velada.

Hoy el baño ha sido de espuma con agua más templada y a la sola luz de la vela, para hacer entrar en calor suavemente a pies y manos y relajar musculatura tras el largo paseo por el monte, bajo la lluvia, casi la totalidad de las 5 horas que ha durado.

 

El masaje ha sido con aceite, haciendo hincapié en los pies, para terminar de soltar nudos. Después del reposo envuelta en la gran toalla.

 

La caminata ha sido fantástica. Sosegada y de profunda comunicación con la tierra, el agua, las plantas, los árboles y los animales.

 

Me he embriagado de colores, brillantes y profundos; con esa intensidad que sólo el agua de lluvia les da. Recién lavados.

 

 

El suelo, las ramas, la composición de medio y largo horizonte. Magníficos. Captados en parte en múltiples fotografías, para recordar, para pintar, para soñar.

Gracias.

 

Mara Cascón

www.farodeluz.es

 


[1]  Nombre ficticio para respetar la intimidad de los personajes. Relato escrito hace varios años, aunque su contenido es atemporal.