EGIPTO

Marzo 2008

EGIPTO I

 

¿Cuánta angustia, duda y temor ante un viaje tanto tiempo buscado?
Incomprensible reacción ante una oferta que encajaba con lo que buscaba desde hacía años: época del año, contenido, duración (quizá demasiado larga), grupo de trabajo espiritual, promesa de erudición profunda desde la egiptología clásica, ...

 

Mis miedos me colapsaron durante un par de meses. No era capaz de tomar la decisión. No sabía además a qué le temía. Finalmente, con alguna ayuda, opté por ir a este viaje, a pesar de su precio y de su coste a otros nieles profundos, aunque también sabía que me reportaría un importante avance evolutivo.

 

Un mes antes empecé a preparar la maleta. Mil dudas, algunas absurdas, que reconocía como bloqueos adicionales, muestra de mis resistencias internas. Hice bien en anticiparme, porque los 15 días previos a mi partida caí enferma.

 

Postrada en cama, sin fuerzas más que para dormir y atender a mis necesidades básicas. Era como si me hubieran desenchufado del mundo cotidiano, para conectarme a otra fuente supraconsciente, que realizara los reajustes necesarios para recibir adecuadamente las experiencias que se avecinaban, aunque la explicación alopática fuera la disnea alérgica y la infección urinaria.

 

Llegó la fecha de la partida. Pedí el alta médica y, casi a rastras, acudí al trabajo para tomar las vacaciones y poder partir. Tomé fuerzas paseando mi amado bosque de Valsaín y me despedí de mis seres queridos.

 

El lunes día 3 emprendía el peregrinaje. Tardé 17 horas en llegar a El Cairo, vía Barcelona y Luxor, pero lo conseguí. Otros compañeros no lo lograron, por diversas razones, y se incorporaron días después.

 

La primera prueba fue aún en Madrid, en el metro, cuando el compañero del grupo con el que había quedado para ir hasta el aeropuerto no se presentó y no contestaba a mis llamadas y mensajes. Aguardé el tiempo límite y partí hacia Barajas. Allí nos reunimos finalmente junto con otra compañera e iniciamos la espera del vuelo a Barcelona, que se retrasó hora y media por causa de la niebla en el aeropuerto del Prat.

 

Allí nos reunimos con el resto del grupo. La primera etapa superada. Caras conocidas, transformadas muchas de ellas por favorecedores cortes de pelo. Muy prácticos y renovadores. Con algunas de ellas compartí la Ruta de los Cátaros.

 

Otras nuevas con las que me fui familiarizando. Entre ellas mi compañera de habitación, una mujer chilena con la que fui descubriendo puntos en común, además de la edad; que también supuso otro hito cultural distinto del acostumbrado, cuya manifestación más evidente eran los giros del lenguaje y gran parte del vocabulario.

 

EL PRIMER RECORRIDO POR EGIPTO lo hicimos desde el aire, ya que Luxor está más hacia el Sur y El Cairo al Norte. Por fin en el hotel parecía un auténtico viaje en el tiempo y en el espacio, hecho por aventureros de otro siglo.

 

Las sensaciones de la primera noche fueron de estado alterado de conciencia, que achaqué a mi debilidad física y a las interminables horas de vuelo. Al día siguiente descubrí que teníamos las Pirámides a poca distancia y, desde luego, su energía se hacía sentir.

 

Así fué también en el autocar, al día siguiente, camino de Sakkara. Sin motivo alguno empecé a sentir una pena profunda, tan grande como el mundo, que hizo que me desbordara en lágrimas, al tiempo que pasaban por mi mente escenas de hambruna y guerras.

 

Cuando me serené algo y levanté la vista tuve ante mis ojos las Pirámides, junto a las que pasábamos en ese momento. Su energía removió mi tristeza más profunda, mi dolor y el dolor de este planeta que también es mío.

 

Me sentí liberada y extrañada, aun cuando nos habían avisado que a lo largo del viaje tendríamos reacciones parecidas, según lo que fuera ocurriendo en el interior de cada uno. En mi caso no se hizo esperar...

 

SAKKARA

 

Amplísimo lugar con casi todo por descubrir, que tardará unos mil años con los medios dedicados (cuatro tranquilos obreros cuando harían falta 4.000).

 

Pudimos disfrutar de la pirámide escalonada, la más antigua conocida en Egipto, que ejercía sobre mí un gran poder de atracción. El lugar es conocido como un centro de sanación y eso es lo que pedí para mi maltrecho cuerpo.

 

Al entrar en un habitáculo cercano a la pirámide, a través de un pequeño pasillo en ele que termina en tres huecos u hornacinas en las que nos íbamos colocando, experimenté una vibración intensa que comenzó en el  coxis y subió por toda la columna, sacudiéndome por completo. Salí de allí renovada y sin el dolor que me había acompañado los últimos 10 días. Me sentí agradecida.

 

Al caminar por el lugar, viendo huecos en el terreno y piedras desperdigadas, me afloraba un canto que muy bajito entonaba, sorprendida porque más se parecía al de los nativos americanos que a los de la zona del mundo en la que me encontraba. Me hacía sentir tan bien y con tal sintonía que me pareció otro regalo de ese lugar tan lleno de sutiles energías.

 

A todos se nos hizo corto cuando vimos que enfilábamos para la salida.

 

La comida ese día fue en un lugar al aire libre con jardín y barbacoa. La comida local estaba deliciosa, aun cuando a mí me sobraron las carnes. Experimentamos también la lentitud tradicional del mundo árabe y los vericuetos que suponía conseguir el cambio cuando no pagabas con el importe exacto. Qué cabeza para retener lo que correspondía a cada uno y al mismo tiempo lo que pensaban sisarle!!

 

Después hubo tiempo de sobra para la tienda de los papiros, como lo hubo para la de los perfumes, las alfombras y la joyería... en fin, la cultura árabe basada en el comercio y el aprovechamiento del turista, engatusándolo para que gaste, independientemente de sus intereses y, por supuesto, de sus necesidades. Aunque he de confesar que me sorprendió encontrarlo en este viaje, en el que esperaba que estas circunstancias se hubieran soslayado.

 

También comprobé que podía mantenerme al márgen, actuando como observadora, disfrutando de las técnicas artesanales de fabricación, de la habilidad desplegada para convencer de los vendedores y hasta de la paciencia ilimitada que tenía que emplear, sin demasiado esfuerzo, esperando a que el grupo terminara con sus indecisiones y compras, tanto en locales cerrados como caminando por la calle hacia el autobús.

 

Me sentía tan ajena a esa energía, al ansia por la compra al mejor precio posible, a los pequeños objetos que testificaran a la vuelta su presencia allí, el detalle obligado para los seres queridos y para todos los que se cruzaran por la imaginación, que llegué a considerarme una rareza y analicé mi apatía y desgana en esos temas por si revestía alguna patología emocional.

 

Concluí que estaba perfectamente bien, únicamente había pasado por ello con anterioridad en Túnez y me vacuné, además de mi actual tendencia a desprenderme de todos los objetos innecesarios. Si estoy vaciando mi casa, solo era fruto de la coherencia mi falta de interés en adquirir otros.

 

Por otra parte, mis familiares me habían exonerado del famoso recuerdo del viaje, y todo ello me hizo sentirme muy liberada, pudiendo dedicarme por completo a mantener el nivel de vibración y percepción que hizo tan extraordinario todo el recorrido.

 

EGIPTO - III

 

EL COMPLEJO DE GIZEH lo abordamos el día siguiente a primera hora para poder disfrutar en lo posible el interior de las PIRÁMIDES antes de que llegara la masa de visitantes. Lo logramos y en la Pirámide de KEOPS hicimos la ascensión como en pleno descubrimiento, abriendo camino por la rampa, la cámara real nos acogió y el sarcófago pudo ser ocupado por algunos del grupo para experimentar con el apoyo de todos muy diversas sensaciones, según cada cual.

 

Opté por sentir la piedra lo más posible, sentada en el suelo y con la espalda apoyada en la pared. La energía era tan potente que incluso la oía, lo que no me había ocurrido nunca, era como el zumbido de un generador. Me sorprendí cuando comprobé que la vibración era la misma que la del mantra que empezó a entonar el grupo y al que me uní entorno al sarcófago.

 

Llegó un momento en el que tuve que salir, pues no soportaba más la presión de tanta fuerza, también la cámara se había llenado por innumerables personas gritando, riendo y deslumbrando con sus linternas de diodos, así que opté por partir y continuar el trabajo fuera, con el sol y el aire, en el campo de influencia de la Gran Pirámide. El grupo tardó casi 3/4 de hora más en salir, la mayoría un poco zumbados.

 

En el trayecto entre la Pirámide de Keops y la de Kefren, bordeando la primera, nos sentamos en una zona de piedras negras en la que hicimos una meditación. Estábamos  junto a la cara Este. La inmensa sensación de Paz y Amor que nos inundó hizo llorar a más de uno y otros no querían marchar de allí.

 

Continuamos el recorrido y sentí junto a mí la presencia de uno de los camelleros, como supe después, muy distinta de la de otros vendedores, que rápidamente se alejaban ante mi actitud meditativa. Sin dejar de caminar me preguntó por mi lugar de origen y mi nombre, me dijo el suyo y hubo una confraternización que me reconcilió con esa magnífica raza llena de belleza y fuerza, que sin embargo dejaba a un lado su dignidad y utilizaba mil sufterfugios para conseguir un poco de dinero... quizás para poder sobrevivir.

 

Paso obligado por el Museo de la Barca Sagrada, descubierta al pie de Keops y que por su estructura pudo transportar algún sarcófago, o, al menos, algo pesado y alargado. Sorprende como se ha conservado la madera y la elegancia, firmeza y flexibilidad de sus formas, tantas veces vistas en dibujos y grabados.

 

KEFREN también nos permitió la entrada. Aquí había que subir menos, pero el calor se hacía notar. La cámara estaba en dos niveles, lo que comprobó una compañera al caer clavando las rodillas pues no vió el gran escalón de casi medio metro. Comprobó los efectos sanadores de la energía de esta Pirámide, pues envuelta tanto ella como otros también necesitados, en definitiva todos, en la recitación mántrica y la energía del grupo, sintonizada con la del lugar, no tuvo que lamentarse de dolores ni problemas a pesar de sus 74 años.

 

Nos sentamos junto al sarcófago o de pie junto a él. Formábamos un arco. Al cerrar los ojos me pareció un cónclave de sacerdotes y sacerdotisas que emanaban una radiación verde. Hermosa y serena la sensación, que de nuevo hubimos de abandonar ante la avalancha amarilla.

 

Camino de MICERINOS nos fuimos desperdigando por culpa de las fotos, las que me pedían algunos compañeros, porque, como en las compras, estaba muy poco dispuesta a mirar lo que me rodeaba a través de una cámara. Fue divertido captar a un compañero convertido en Laurens de Arabia, subido a un camello con ese espectácular paisaje detrás y un cielo de película que contrastaba notablemente con la capa de polución que poco más allá cubría la ciudad.

 

En esta Pirámide no pudimos entrar, pero sí sentarnos en sus piedras y sentir la dulzura y la ternura de una energía amorosa, casi infantil... tan sólo el tiempo que estimaron oportuno los policías a quienes también les pareció insuficiente la propina recibida y que reclamaban individualmente, aunque solo uno tuvo la amabilidad de ofrecernos subir.

 

LA ESFINGE nos esperaba con su enigmático porte, que a mí me inspiró serenidad y sabiduría, al parecer escondida muy profundamente bajo ella. En el templo junto a ella, sentí que hizo las veces de casa de los muertos, en la que trabajé en la momificación de los cuerpos, lleno de tristeza y añoranza del trabajo que en esa misma vida había realizado sanando a los vivos.

 

Después, alimentamos el cuerpo en una terraza al aire libre desde la que se divisaban las pirámides y en la que la abundancia y el rico pan horneado a la vista fueron las notas dominantes.

 

En el MUSEO DE EL CAIRO nos dimos de cara con la profusión de sus riquezas, casi amontonadas, y las energías allí concentradas, que para muchos resultaron desagradables.

 

Opté por vagar libremente por sus salas, movida por mis propias sensaciones, siendo nuevamente la voz el vehículo y canal de poderosas energías. Disfruté de los objetos encontrados en la tumba de Tutankamon, estrella del museo, que, aun siendo un faraón pobre que murió joven, nos aturde hasta la ebriedad con sus tesoros.

 

Parecía que navegaba por un magnífico libro de Historia del Arte, contemplando miles de pinturas en los centenares de sarcófagos, algunos de un tamaño espectacular.

 

¿Realmente sus usuarios tenían ese tamaño? Sus esculturas también eran enormes... Tal vez no fuera una magnificación de su poder como soberanos, sino la plasmación de su realidad física... hay quien así lo afirma... Sea como fuere, la expresión de sus rostros, muy similar a la de la Mona Lisa de da Vinci, con una sonrisa serena, muestra de plenitud y armonía, podría asegurar que era auténtica, puesto que yo misma descubrí que esa era mi expresión en los lugares de poder, templos y lugares sagrados donde sintonizaba.

 

La habilidad de los escultores egipcios es notoria, puesto que dominaban el arte de la expresión con muy ligeros gestos, así como el de las facciones distintivas de cada cual; bien es cierto que con la costumbre de "divinizar" a sus faraones con cuerpos perfectos, símbolos de fuerza, belleza y equilibrio, aunque alguno como Ramsés II, poderoso guerrero y amante, no debía estar muy lejos de sus representaciones.

 

No hemos de olvidar que los faraones eran instruidos como sacerdotes y adquirían todo el conocimiento y las habilidades de los iniciados en múltiples materias, lo que les daba acceso a la sabiduria más profunda y, por tanto, a su aplicación. Toda la simbología que les rodea y representa, en los bajorrelieves, pinturas y esculturas así lo transmite.

 

De la parte antigua de la ciudad tan solo visitamos el BARRIO COPTO, con la emoción contenida. La imponente IGLESIA DE S. JORGE nos acogió con una sensación de salud, alegría, sabiduría, fuerza y armonía que nos impulsó a transmitirlas a nuestros seres queridos a través de las velas que encendimos por cada uno de ellos. Cera vírgen ardiendo en una sola flama formada por innumerables luces clavadas en arena del desierto, que se elevaba en una vibración de Amor y Esperanza.

 

La IGLESIA DE SANTA BÁRBARA acoge la cripta donde la Sagrada Familia, Jesús, María y José, vivieron durante su estancia en Egipto y donde el Niño recibió su primera instrucción, protegido de peligros. Percibí un rosa pálido al cerrar los ojos y una sensación de potencia y amor se me clavó en el corazón.

 

Al día siguiente salimos hacia el Sinaí. Dejamos atrás los constantes embotellamientos de El Cairo, que permitían llegar a cada cual a su destino aunque sin saberse como, ante la ausencia de semáforos y guardias de circulación, en un código que todos conocen y que evita accidentes y hace avanzar, a pesar del farragoso conglomerado de vehículos a motor, a los que se sumaban ciclistas, carritos tirados por burros, peatones e incluso camellos, a los que pude ver con mis propios ojos.

 

La aridez del desierto se abrió ante nosotros, en contraste con la exhuberancia de los canales del Nilo, que cubrían de huertas y palmeras sus riberas, concentrando la vida entorno suyo.

 

Bordeamos el Mar Rojo hasta llegar al Canal de Suez que cruzamos por un túnel de azulejos blancos, que me costó identificar con la imagen poética que me había formado del canal. Continuamos desierto a través, hasta alcanzar, después de muchas horas de autobús, las estribaciones del Sinaí.

 

Tras la noche en el alojamiento más modesto de todo el viaje, fuimos a un moderno campamento de beduinos, donde bajo las palmas de un recinto circular tuvimos una reunión de puesta en común de las experiencias habidas hasta el momento, que se repetiría a lo largo del periplo. Nos encontrábamos en un jardín de almendros floridos y pequeñas plantas aromáticas que, en su sencillez, nos procuraba bienestar y arrojaba luz sobre algunas de nuestras sombras. Las mías aprovecharon ese momento para aflorar.

 

EGIPTO - IV

 

Tras una comida sencilla, sentados en las recias alfombras, trepamos a los jeeps camino de una sorpresa en el interior de esas monañas duras y poderosas. Nos esperaban las PIEDRAS AZULES.

 

En mitad del polvo que tragábamos del vehículo precedente, entre tumbos y a una velocidad endiablada, opinábamos sobre la causa de ese azul que descubríamos en algunos grupos de piedras. No parecían arbitrarias manifestaciones de la naturaleza, puesto que, según avanzábamos, iban marcando un camino. Finalmente llegamos a un enorme cúmulo de rocas completamente azul. Al bajar de los vehículos comprobamos que se trataba de pintura. Una obra ingente que coloreaba de azul cobalto diversos puntos en torno a una enorme planicie.

 

En lo alto de estas piedras contemplando la llanura, la percibí llena de un movimiento contínuo a lo largo de miles de años, de entrada y salida, como si se tratara de un aeropuerto, en este caso interestelar. Sentí añoranza.

 

Al igual que otros compañeros, se me hizo corto el tiempo que pasamos allí ante un magnífico crepúsculo. Nos mostraron el dibujo de un rostro que se aprecia en un recoveco y que yo interpreté como la firma del autor. Después me caí. Resbalé con la arena suelta y fui a caer sentada. El golpe fue grande y mi temor aún mayor a que el coxis volviera a tomar protagonismo y me condicionara el resto del viaje. Por milagro se libró, llevándose la peor parte la mano izquierda, en la que aún conservo la señal del daño y a la que traté con Reiki, proceso en el que el dolor subía hasta el codo con mucha intensidad.

 

Sirvió para quitarme el miedo que tenía a caer en la subida al Monte. Es como si con ello hubiera cubierto ya esa posibilidad y quedara exonerada.

 

Esa noche nuestro descanso fue escueto, puesto que a la 1 de la madrugada partimos hacia el Monte Sinaí para emprender su ascensión durante la noche. Tanto nos habían prevenido de sus aires gélidos que nos presentamos equipados como para pasar el polo.

 

Sin embargo, la noche se presentó con una suave temperatura y sin viento. Al poco de comenzar la subida, nos sobraba toda la ropa, teniendo que cargar con ella durante el trayecto.

 

Era espectacular, de una manera muy diferente a la esperada, pues en nuestra imaginación nos veíamos subiendo casi en solitario y aguardando en la cima en silencio la salida del sol.

 

Nos encontramos con una multitud, equipada con linternas de diodos, que serpenteaba por todo el camino desde la base hasta la cima. Nos rodeaban gritos, risas, resuellos, ofrecimientos de ayuda para tirar de nosotros agarrando nuestra mano o subiendo en alguno de los camellos que, incesantemente, subían y bajaban en recuas de dos o tres, y ante los que nos teníamos que apartar para no ser arrollados, al grito de "Camelo!!! Camelo!!!!"

 

Era una torre de Babel, todas las razas, se veían representadas y todas las zonas del planeta: Asia, Africa, Europa, América, Rusia. Se oía hablar en todas las lenguas, pero con porciones de unas y otras se lograba el entendimiento.

 

Me recordó a los festivales hindúes, en la peregrinación a las montañas sagradas que había leído. Aquí también se comía y bebía en los refugios que había a lo largo del camino y el ambiente era entre festivo y reflexivo.

 

No obstante, el poder del lugar se hacía sentir y mi ascensión pude hacerla en un estado de meditación permanente, en silencio, muy dentro de mí y, al mismo tiempo, en contacto directo con el lugar. La palabra clave fue concentración. La repetía una y otra vez, como un mantra, y fue lo que posibilitó que recorriera los 2.280 m sin tropiezos, sin miedo, con una fatiga razonable, aunque en los parones que por causa del gentío se produjeron en los escalones de los últimos metros, las piernas las sintiera como de trapo.

 

Encumbramos cuando el cielo ya se teñía de rosa. No había un solo lugar disponible para sentarse y contemplar la salida del sol. Aún así, junto a la ermita, en cuarta fila, de pie, aspiré la sensación vibrante de la proximidad del astro, la emoción de los que me rodeaban, el fervor de muchos de ellos y la misma esperanza en todos nosotros de elevarnos como seres humanos, de unirnos a una esencia superior.

 

Volví sobre mis pasos y un poco más abajo, en unas rocas, entre algunos compañeros del grupo, vislumbré un pequeño espacio en el que pude ubicarme y así, arropada y al mismo tiempo en la soledad de mi corazón, me impregné del impresionante paisaje. Los montes del Sinaí acariciados por la neblina, imponentes, firmes, envueltos en una luz rosada que se iba llenando de oro, desprendían una Paz y Serenidad ilimitadas, inmanentes, como desde el principio de los tiempos y nosotros en ese momento eramos testigos. Dejé que me invadiera suavemente, agradecida.

 

Cuando el Sol asomó, fue como una explosión de energía que nos abrió el corazón y el tercer ojo se expandió. Lo aprecié con una corona entorno de rayos desiguales rematados con pequeñas esferas de tono verdoso. Nunca lo había visto así, aunque, según parece es un fenómeno físico bien documentado.

 

Me llené de vitalidad y alegría, de fuerza y poder. Un rayo blanco aparecía en algunas cámaras fotográficas, cruzando la imagen de arriba abajo, poniendo de manifiesto lo que sentía nuestro ser.

 

Disfrutamos esos momentos más exultantes, moviéndonos y felicitándonos por haberlo podido experimentar, cada vez con menos gente alrededor, porque iban emprendiendo el descenso. Terminamos haciendo lo mismo, aunque casi a regañadientes.

 

La bajada fue fluida, y acalorada, porque desde primera hora el sol calentaba. Al principio bajábamos sin pizca de cansancio. Nuestro guía beduino recorría la fila de arriba abajo con una vitalidad envidiable, no en balde él vive allí y recarga sus pilas constantemente, aparte de su juventud.

 

Durante parte del trayecto entablé con él una divertida "conversación" en la que para entendernos fue necesario utilizar francés, inglés, español y árabe, aparte de los gestos, que nos permitió conocer nuestro presente y nuestros proyectos, poniendo de manifiesto que cuando dos personas quieren entenderse lo consiguen, aun cuando existan lagunas. Una de ellas fue la manera en que podía conseguir un pañuelo del color con el que se cubría. Un precioso violeta, del tono de las lilas, que me dijo era distintivo de su etnia.

 

En la noche, en el campamento, conseguí mi propósito con la ayuda de alguien más experto en inglés que yo. Se organizó un gran revuelo cuando mi cicerone me lo puso en la cabeza, mostrándo cómo se hacía paso a paso, la presión, los pliegues, el mimo con el que se logra esa escultura en tela que tan útil resulta en el desierto. El hecho dio al traste con mi discrección y la demanda de pañuelos fue tumultuosa.

 

Pero volvamos al Sinaí. Cuando llegamos a su base, hicimos parada para visitar el MONASTERIO DE SANTA KATHERINE. La espera, el calor y la masa humana que lo llenaba agotaron nuestras reservas. Se hizo difícil apreciar la belleza y el misterio del lugar, en especial en la Iglesia, que guarda muchos secretos, plagada de símbolos, algunos templarios.

 

La tarde de descanso fue bienvenida y la noche en el campamento hermosa. Aparte del incidente que antes comenté, y de la suculenta cena, lo más destacable fue la invitación a compartir la fogata nocturna en una tienda beduina, para cantar y bailar, sin dejar de tomar té aromatizado con romero. Aceptamos tan solo cinco personas, lo que lo hizo aún más entrañable. Compartimos canciones de nuestros lugares de origen y un juego con pañuelos que guardaba mucho ingenio y que rodearon de misterio para hacerlo más atractivo.

 

A una hora prudencial, pues el madrugón del día siguiente era importante, nos acompañaron hasta el hotel, no sin intentar antes alargar la velada un poco más. Quedaban tristes y solos nuestros anfitriones que sentían perder el afecto y la compañía de unas personas que no volverían a ver nunca más. Emocionaba comprobar cómo pueden acercarse los corazones en poco tiempo cuando no hay intereses materiales de por medio. Hace pensar que es posible la fraternidad entre los seres humanos sea cual sea su condición y procedencia, aun cuando para ello sea preciso actuar desde un lugar por encima  de las necesidades del mundo físico.

 

EGIPTO - V

 

Tras 17 horas de viaje en autobús llegamos a LUXOR. Disfrutamos durante el recorrido del desierto, aún más extraño cuando se recorre junto a una masa de agua como el Mar Rojo. El paso a los vergeles que orillan los canales del Nilo nos hizo entrar en la magia del pasado, viendo en carne y hueso una representación típica de nuestros Belenes navideños: pequeños animales domésticos (cabras, burros, gallinas,...) , casas de adobe, personajes con vestimentas sueltas y turbante, mujeres de negro, niños jugando, hombres trabajando en los campos o en relajada charla... Sólo se rompía la escena de vez en cuando con alguna furgoneta con estilo años 50, desembocando de caminos de tierra y con los escasos tendidos eléctricos .

 

Se me quedó grabada la caída de la tarde por la paz y serenidad que desprendía y que grupos de familias disfrutaban acercándose a la orilla del canal, envueltos en la sensación de vivir; humildemente, sí, pero sin prisa y con alegría.

 

Como broche del día una bandada de pájaros atraversaron el cielo rojo como una flecha recortada sobre las montañas.

 

El Gran Templo iluminado nos recibió en la ciudad. Tan cercado por ella que parecía mentira estuviéramos contemplando el magnífico centro de la llama Blanca. Aún así se veía imponente y su vibración se hacía sentir.

 

Empezamos la visita por el conjunto de KARNAK. Nos recibió la majestuosa avenida flanqueada por las esfinges con cabeza de carnero. La amplitud del recinto nos empequeñecía, sensación que se acentuó cuando entramos al peristilo y nos vimos rodeados por cientos de columnas, a escasa distancia unas de otras, con un grosor que se abarcaba con 11 personas tomadas de las manos y una altura que obligaba a levantar la barbilla al cielo hasta angular el cuello.

 

Muy diversas fueron las sensaciones sentidas en estos templos, todas de intenso poder, unas veces vivificante y profundo, otras denso y oscuro que se aferraba al plexo y costaba sacar.

 

La belleza de los relieves que cubrían por completo paredes y columnas, las sorpresas de sus representaciones, como la del pájaro subido a un platillo, con un brazo y mano humanos saludando y una estrella junto a su cabeza, los colores que aún se apreciaban (rojo tierra, azul mar, ocre y verde), todo ello resultaba embriagador.

 

La tarde bochornosa nos proporcionó las sensaciones térmicas asociadas con el país, calor, sudor; gracias a las nubes no sentimos el lacerante sol, pero hacían más pesados nuestros miembros. Sólo en el Valle de los Reyes volvimos a sentir el calor, esta vez seco y brillante. El resto del viaje se movió entre la temperatura primaveral del exterior y la heladora y artificial sensación del aire acondicionado en el autocar y los hoteles, preparados para compensar temperaturas de 50º, pero que en esta época del año nos hacían recurrir a toda nuestra ropa de abrigo.

 

Anochecía cuando partimos para el templo de LUXOR, a escasa distancia, al que accedimos plenamente iluminado. Su fuerza pulsante nos inundó de paz a unos y de crispación a otros, hasta que en ellos se instaló por completo el equilibrio.

Lo aprecié y recorrí casi en éxtasis. Sólo sentía. La fruición fotográfica no me alcanzó, como en casi todo el viaje. Apenas oía al guía a pesar de situarme siempre cerca, apiñados a causa del gentío, aunque captaba todo lo que ocurría, su discusión solapada con el compañero que se demoraba o con la que pretendía colarse. Grababa en mi mente la información para saborearla después, pero en el fondo no me importaba nada, puesto que una sensación de armonía y belleza me embargaban.

 

Cuando pudimos movernos libremente me fui hasta el fondo del templo buscando la soledad. Sentada en la base de una columna conecté aún más, a pesar del fragor de la ciudad que a pocos metros seguía con su vital actividad. Un caleidoscopio de sonidos que lejos de distraerme me hizo sentir más dentro de mí, más unida con Todo.

 

Al empezar a llenarse el pequeño recinto me dirigí al gran patio central, asombrosamente vacío, y me uní a nuestro grupo que a un lado, sentados en el suelo iniciaba una meditación. Así pude unir mi Bienestar al de los otros y potenciarlo.

 

Al terminar deambulamos, volvimos a sentarnos en otro lado, ya sin cohesión y finalmente terminamos en el centro justo del patio, de pie, clavados, sintiendo como el Rayo Blanco Cristal nos atravesaba, expandía y elevaba, despertando la sorpresa de algunos observadores, españoles por cierto, que, sin pretenderlo, participaban de la beatífica inmersión energética.

 

Podríamos volver a este lugar cuantas veces quisiéramos a nivel etérico, con solo desearlo y sentir de nuevo la luz y fuerza ascendente de esta llama. Un gran regalo y el mejor recuerdo de Luxor.

 

Al día siguiente embarcamos en el crucero por el Nilo. Una magnífica y lujosa fortaleza flotante, con piscina en cubierta rodeada de cómodas tumbonas desde donde contemplar el paisaje y sentir la brisa, deslizándonos sobre uno de los ríos más emblemáticos de nuestros recuerdos histórico/mágicos.

 

La comida exquisita contribuía al halago de nuestro cuerpo físico, como todo lo demás, necesitado de reparación tras las experiencias del viaje. Aunque no la pude disfrutar el primer día porque mi intestino se rebeló, aflorando una de mis sombras, que trató magistralmente con la técnica de E.F.T. mi compañera de habitación.

 

Tuve en ella durante estos días a una hermana que compartía su ropa conmigo y me animaba a engalanarme. Fue divertido al principio, pero las fiestas nocturnas de nuestro lujoso alojamiento terminaron por aburrirme, sobre todo por el exceso de excitación que provocaban en la concurrencia y que no compartía por resultarme desestabilizadora.

 

Parte del día o la noche navegábamos y otras muchas horas las pasábamos amarrados a los muelles, algunas veces de cuatro en fondo y para desembarcar debíamos atravesar el hall de todos los barcos, unidos entre sí por pasarelas; parecía un parque de atracciones.

 

También disfrutamos de engalanadas barcas a motor para cruzar el río y acceder al VALLE DE LOS REYES Y LAS REINAS, donde contemplamos de cerca las exquisitas pinturas de las tumbas, tantas veces vistas en libros, documentales y películas, aunque esta vez respirando la atmósfera de polvo seco y muerte que en ellas habita. Aún así en una de las reinas la sensación junto al sarcófago fue grata y sosegada, invitándome de nuevo al canto, vibrando bajito en la garganta.

 

El espléndido templo de Hatschepsut nos encantó con sus terrazas escalonadas que destilaban poder, aun cuando hubiera sido diezmado y casi todos sus relieves borrados, fruto de las iras despertadas por una reina atípica que gobernó sola en contra de las fuerzas establecidas.

 

EGIPTO - VI

 

Otra tarde tuvimos un gozoso paseo en Faluca, el barquito velero propio del Nilo, en el que nos obsequiaron con pegadizas canciones populares, a las que correspondimos con otras de nuestro país. La luz dorada y rubí del atardecer nos fue envolviendo en el río siendo parte de las decenas de falúas que lo surcaban en zigzag remontando la corriente.

 

La visita a KOMOMBO fue especial para mí. Allí dos templos gemelos representan la materia y el espíritu con sus respectivos dioses y funciones, como el cuidado del cuerpo mediante la atención médica, con instrumentos de cirugía plasmados en un relieve.

 

El llamado paso de los cocodrilos simboliza el tránsito del reino de las sombras al de la luz.

 

En uno de los pilares cercanos posé las manos y de inmediato una llamarada de luz azul descendió desde el cielo hasta mi cabeza, la aspiré hasta mi corazón y contemplé mis pies por donde otra luz de un rojo claro esperaba a que la invitara a subir, hasta unirse ambas en mi centro, en una iridiscencia de tonos naranja, amarillo y violeta.

 

El tiempo que duró fue mínimo, pero la renovación que sentí fue inmensa. Salí llena de fuerza, seguridad y poder, de armonía y belleza. ¡Tanto! que acepté una invitación a visitar el mercadillo que había de vuelta al barco y disfruté la inmersión en la tradición árabe de la compraventa, representando cada uno su papel en una función que persigue la satisfacción mutua, tras jugar con la agilidad en el cálculo mental, la sutileza emocional y el equilibrio entre la necesidad y el deseo de lo que se adquiere, sobre la base de la seducción y el respeto entre contendientes.

 

Me sorprendí de los resultados pues no es arte que domine, más bien lo rehuyo y sólo acepto entrar en ello cuando mis facultades están completas y tengo claro el objeto de mi compra y lo que estoy dispuesta a pagar, cuento con información previa sobre precios y estoy decidida a conseguirlo.

 

La noche nos permitió contemplar las estrellas desde cubierta, en tanto íbamos pasando las esclusas, encajonados como sardinas y asombrados tanto de la pericia de los timoneles como de la magnífica obra de ingeniería que permitía salvar esos desniveles. Me resultó más emocionante de lo esperado. Un regalo más.

 

Al día siguiente la ISLA DE PHILAE con sus templos dedicados a Isis y Hathor resultó ser un maravilloso espectáculo lleno de vida y misterio, sobre todo para mí que, cuando nos acercábamos, sin saber cuál era la próxima visita ni a qué distancia se encontraba, empecé a llorar; era como si las lágrimas salieran de un lugar muy profundo de mi ser y en un estado alterado de conciencia llegamos hasta donde dejamos el autobús para embarcarnos y continuar por el Nilo hasta la bella isla, asombrosa en su vegetación ante los pelados islotes que la precedían y circundaban.

 

Escuché las explicaciones y disimulé mi situación con el pañuelo amplio en torno a mi cabeza y las gafas de sol, en apariencia para protegerme de él, en realidad para preservar la intimidad de mi corazón abierto de par en par. Me mantuve en soledad, percibiendo la intensidad del momento, sin recordar la causa antigua de mi dolor, sobre el que se derramaba al tiempo un bálsamo que lo aliviaba.

 

Un compañero se acercó e intuitivamente me hizo de Angel Guardián, con la disculpa de unas fotos. Luego se apartó conforme a mi deseo y quedé frente al relieve que de contínuo llamaba mi atención, ISIS Y HATHOR. De nuevo me llamaron para la foto de grupo, curiosamente ante la Piedra de las Lágrimas.

 

Salí de la isla removida, aunque ya más serena y enraizada, embarcando de nuevo y dejando atrás las heridas recién lavadas.

 

Cuando fuimos hasta ABU-SIMBEL parecía la aventura de unos pocos escogidos, porque el grueso del grupo prefirió no apuntarse. Viajamos durante la noche por el desierto, descabezando algún sueño en la intimidad del autobús, y disfrutando del amanecer en mitad del desierto.

 

Llegamos con la primera caravana, lo que nos permitió ver el templo de NEFERTARI  con comodidad, por largo tiempo y escaso público. Bellísimo. La armonía, el amor y la música que destilaban sus paredes hacían honor a las prácticas y enseñanzas de la reina y consorte de uno de los más poderosos faraones de Egipto. Supe internamente muchas cosas, sentí un inmenso agradecimiento a esta figura que me guió y tuteló en tiempos pasados y tal vez presentes. Pasé largo tiempo ante su representación con la diosa HATHOR, como me venía ocurriendo en todos los lugares donde veía estas imágenes.

 

El templo de Ramsés II, más grande y epopéyico, con sus escenas de batallas ganadas y alabanza a la fuerza y poder del Faraón, me dejó más indiferente, por lo que traté de volver a entrar en el de Nefertari. Me lo impidió la larga cola de los que esperaban con la misma intención.

 

Ello me permitió dedicarme a disfrutar la belleza del lugar, sentir la brisa que llegaba desde el Nilo remansado en el lago Naser. La sensación era la de estar en una isla del Mediterráneo, por el azul intenso del agua y el maravilloso brillo del sol, aún acariciante en esa primera hora de la mañana.

 

Estábamos llegando a los últimos días de nuestro recorrido. Las últimas visitas a ABYDOS y DENDERA pusieron el punto final a los templos. En sus "capillas" me sentí en casa y el canto afloró de nuevo, pudiendo darle expresión casi milagrosamente cuando me acerqué de nuevo y pude disfrutarlas en soledad.

 

En la parte más antigua de Abydos, nos sentimos formar parte de las procesiones en honor deOsiris, y yo, por mi parte, con sorpresa y casi desconcierto, descubrí en la cara interna de uno de los pilares centrales, cerca del techo, el dibujo en finos trazos de una "Flor de la Vida" , geometría sagrada de la que desconocía la procedencia y que en los últimos meses había incorporado a mi vida.

 

En el "Mamisi" de Dendera, las madres encontramos un lugar sagrado donde en la antigüedad se cuidaba del embarazo, parto, lactancia y cuidado de los bebés. Algunas quedaron especialmente impactadas, como las que en su vida actual han hecho de ello también su profesión, o las que estaban deseando incorporar esta faceta de traer al mundo y ayudar a desarrollarse a otro ser.

 

Después partimos hacia Hurghada en el Mar Rojo a cuyas orillas nos repondríamos en un "Resort", dónde reinaba un espíritu vacacional playero que nos ayudó a ir tomando contacto con la realidad.

 

En mi caso las energías habían removido tanto que tuve una impresionante reacción alérgica marcada por los estornudos, la rinitis y el malestar. A pesar de ello me sentía feliz, renovada y aceptando esa nueva "limpieza", que determinaba la profundidad de los ajustes habidos en todo mi campo vibracional.

 

Ya en Madrid, los primeros días tenía una sensación beatífica de liviandad, como una pluma que fuera poco a poco posándose en el suelo. Agradecida porque eran días festivos y podía disfrutarlo, al tiempo que iba adaptándome suavemente al mundo cotidiano; aunque nada sería igual, tras subir un nuevo escalón en el interminable camino de la evolución.

 

Gracias.

 

Mara Cascón - Faro de Luz

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