MONTE SHASTA

Marzo 2012

 

Esta época del año resulta poco apropiada para viajar a una montaña de 4.320 m de altitud, pero el impulso es ahora y la oportunidad también gracias a unos vuelos a muy buen precio.

 

Tras muchos intentos en años precedentes parece que ha llegado el momento y no lo pienso más. Tomamos el avión a San Francisco (California, EEUU) y llegamos de noche. Un buen servicio de microbuses en el aeropuerto traslada a los viajeros a sus hoteles. El nuestro está cerca, pues al día siguiente hemos de volver para recoger el coche que hemos alquilado desde Madrid.

 

Es la primera  vez que vengo a este país y empiezo a observar como todo es igual a las películas: el hotel con habitación amplia y cama enorme, el desayuno con cereales, huevos, gofres que se hacen sobre la marcha, tortitas, lácteos, etc. Muchas grasas, harinas y productos animales que cuando se abusa de ellos y no se funden con una fuerte actividad física son la causa del desarrollo de muchas obesidades mórbidas, más habituales aquí que en otros lugares.

 

Estamos en el que será nuestro coche durante este recorrido. Un flamante Ford Focus rojo que parece recién salido de la fábrica, con un formato que no se ve en España. Hemos resistido como los numantinos a las insistentes ofertas de la vendedora para tomar otro de mayor categoría. Habíamos contratado una oferta increíble, pero nos tentaban para que les fuera más rentable. Fue fácil de rechazar ya que su propuesta no incorporaba una tracción a las cuatro ruedas y un tamaño de camión que es lo que nos habría venido mejor para lo que nos esperaba.

 

Nos dirigimos hacia el norte por la interestatal número 5 que atraviesa California como una espina dorsal. El terreno es llano y fértil, cubierto de árboles frutales y viñedos. Paramos a comer en un restaurante de carretera que no es una franquicia para ver si su oferta encaja con nuestros gustos. Nos servimos en un amplio buffet donde abundan las verduras y la fruta.

 

El tópico de la camarera se manifiesta: tomando nota de las bebidas, eficaz, impersonal y no muy feliz, mostrándonos el repertorio de aderezos en la mesa para personalizar nuestra comida. Observo que el calzado negro que forma parte de casi todos los uniformes que voy viendo es de baja calidad, así como la ropa en general. Ahora entiendo por qué años atrás apreciaban tanto el calzado español y el italiano. Aunque en los últimos años la globalización de los productos made in china nos está igualando.

 

Atravesamos varias regiones y entramos en la más montañosa de Shasta. Curiosamente no es en ésta donde se encuentra nuestro destino, el Monte Shasta, sino en la siguiente: Siskiyou, de la que toma su nombre el gran lago donde el monte se refleja.

 

Seguimos avanzando emocionados, el tiempo empeora, y conseguimos llegar al pueblo de Shasta donde está nuestro alojamiento. Para que no hubiera dudas lo contratamos en el que estaba más cerca del propio monte, en su ladera y… con el mismo nombre.

 

Pero… ¡no vemos la montaña por ningún lado!. Bien es cierto que hay una densa niebla que cubre todo a partir de cierta de altura, como si una nube se hubiera asentado a pocos metros del suelo.

 

El motel tiene las zonas comunes en una casa al estilo de las que aparecen en los cuentos de Hansel y Gretel. Hay zonas de grandes árboles cerca. Las habitaciones son grandes pero poco acogedoras, dispuestas como los típicos moteles aunque con algo de encanto montañés. Su mantenimiento deja tanto que desear que solicitamos un cambio de habitación. Nos pasan a otra en mejor estado con una pequeña salita y sólo falta hacerse con el sistema de calefacción por aire que funciona de forma discontinua.

 

No termino de sentirme cómoda y durante la noche siento presión y el descanso no es del todo reparador. A la hora del desayuno, en la enorme cocina de la casa que da cabida a una mesa grande y varias pequeñas en torno al gran fogón de gas donde se fríen unos huevos con beycon, oímos hablar en español.

 

Se trata de una mujer canaria y su hija que han sido también llamadas por el Monte. Su misión es enterrar una piedra con su misma forma que “les dijo” tenían que llevarla allí. La madre es una apasionada de los minerales y no lo dudó un momento. Viajó desde Lanzarote hasta Sacramento donde reside su hija y juntas subieron por carretera a donde nos encontrábamos. Llevan tres días aquí y la ventisca no les ha permitido moverse apenas y mucho menos adentrarse en la montaña. Como han podido, se han acercado lo más posible y lo han enterrado apartando la nieve.

 

Ya se marchan y tenemos la sensación de que nos pasan el testigo. No sabemos muy bien de qué o para qué.

 

Al salir de la casa de cuento la niebla se ha disipado y la nieve ha dado paso a la lluvia. Y…. ¡Qué impresión! ¡Ahí está el Monte! Casi se nos echa encima. Es imponente y hermoso. Nos quedamos embobados mirándolo, su poder magnético nos atrapa visualmente, aunque ya lo había hecho energeticamente, de ahí las sensaciones de la noche.

 

Parece que el tiempo va a mejorar pero entretanto visitamos el pueblo y buscamos por dónde podremos internarnos en la montaña. Es de casas de madera pintadas de diversos colores más bien pálidos. Está plagado de ofertas esotéricas a cada cual más peculiar.

 

En un café entablamos conversación con el editor de Aurelia L. Jones, la autora de la trilogía de Telos, la civilización intraterrena que al parecer tiene su entrada por este lugar y que ella describe de forma tan amena y con tanto lujo de detalles. Está acompañado de una pintora que también tiene un manuscrito pendiente de editar y un músico que trabaja con los seres de la naturaleza. Se me antojan los embajadores de la bohemia que caracteriza este sitio que atrae a muy diversos personajes. Vienen en busca del contacto con Maestros Ascendidos, Extraterrestres, Hadas, Duendes, Intraterrenos, Ancestros de los Nativos Americanos y otras energías sutiles y mágicas. Unos auténticos y discretos que en verdad conectan con ello -si consiguen armonizarse con la enorme potencia de la montaña-, y otros que aprovechan el tirón para conseguir unos dólares a costa de la credulidad de los visitantes.  

 

También entramos a conocer a la autora de un libro sobre las tablas esmeralda de Thoth el Atlante que tiene su despacho y salita de sesiones en una de las casas de madera de la calle principal. No me siento cómoda allí. No por la persona, sino por la energía de ese espacio cerrado y polvoriento, aun a pesar de los colores claros del interior y de estar bien iluminado por la luz gris que entra por las ventanas.

 

Curioseamos en las tiendas de minerales e infinidad de objetos esotéricos, con todo el repertorio que da de sí el consumismo pseudoespiritual. Tras mucho rebuscar llevo conmigo algunas piedritas humildes para usarlas en consulta. Entre ellas una extraída del propio monte, la serpentina, muy poco conocida, al menos para mí.

 

En estos días vamos a tener la oportunidad de cargar de calorías nuestro cuerpo en dos lugares muy diferentes: El Oso y un restaurante ecológico y vegetariano, ambos muy cuidados a su manera cada cual. Abigarrados y con productos de calidad.

 

El primero tipicamente americano con la barra y las mesas adosadas a las ventanas, con platos abundantes como los que empezaron sirviendo a los leñadores que fueron sus primeros clientes hace décadas. Abierto todo el día y con una carta amplia de platos compuestos más todos los complementos deseables que nos encajaba perfectamente y nos aportaba lo necesario para soportar los fríos.

 

El segundo con una gran zona de tienda y otra serena y acogedora para consumir in situ los zumos, sopas y demás comida caliente o fría que se podía adquirir. Aquí nos sentimos como en casa. Observando los coloridos atuendos muy en línea con la conexión con la naturaleza, hechos a mano muchos de ellos.

 

Visitamos las cascadas de Hedge Creek Falls al fondo de un corto camino en mitad del bosque. El musgo cubre los troncos de los árboles que crecen en diagonal con respecto al suelo. Me siento acogida y confortable a pesar de la humedad. Las minúsculas gotas que se desprenden de las caídas de agua me arropan y llena de fuerza y alegría.

 

También conseguimos localizar la Plutos Cave señalada con un pequeño cartel en un poste de teléfono. Aunque luego pasamos de largo la entrada y caminamos mucho más allá en un paisaje despejado con matorrales bajos que nos permite ver el entorno de la cordillera. Se respira tranquilidad. Volvemos sobre nuestros pasos y un coche aparcado nos muestra por dónde es. Una pareja de japonesas que está saliendo de la cueva nos indica que no es muy grande y no está inundada. Podemos pasearla y meditar dentro. Tiene algunos lucernarios formados por pequeños hundimientos del techo.

 

Mirando hacia la entrada mientras medito me parece que se perfila un rostro de nativo americano en las rocas iluminadas y cubiertas de vegetación. Conecto con la tierra y sus guardianes, es sencillo y natural. Sólo con respeto y humildad es posible acceder a los misterios de este lugar. Siento la inmensidad del espacio hueco del subsuelo y me parece percibir el saludo de sus esbeltos y luminosos habitantes.

 

Doy las gracias por haber llegado hasta allí y salgo llena de paz.

 

Otros de nuestros intentos exploradores han resultado fallidos por el estado de las carreteras, llenas de nieve. Hemos hecho muchos kilómetros buscando por donde adentrarnos en la montaña o acceder a Medicine Lake, Castle Lake y Heart Lake, sin conseguirlo.

 

Los paisajes nevados son preciosos, y nos emocionan, pero me atenaza el miedo cuando el asfalto se empieza a cubrir de nieve, bien porque estamos ganando en altura o porque no han pasado las máquinas. Aunque seguimos las rodadas, los bloques de nieve helada empiezan a rozar los bajos del coche, amenazando con dejarnos atascados, e impiden la maniobra de dar la vuelta. En muchos casos hemos tenido que salir marcha atrás.

 

Es evidente que no vamos preparados: sin cadenas, ni siguiera una pala para quitar la nieve; con un coche normal, cuando lo que por aquí transita son grandes furgonetas con ruedas de camión y tracción a las cuatro ruedas.

 

Los muros de nieve de 3 a 5 metros a los lados de la carretera la convierten en una ratonera, que si arrecia la nevada y no podemos volver, nos puede dejar convertidos en dos cubitos de hielo.

 

El tiempo está mejorando. Incluso la temperatura ha llegado a mediodía a los 15 grados. Según nos dicen empezarán a funcionar las quitanieves porque parece que va a estar estable por unos días. Buenas noticias.

 

Buscamos un lugar donde conseguir algo para transitar la nieve de las partes altas. Las opciones son los esquís, la moto de nieve o las raquetas. Me decanto por las raquetas. Me parecen más seguras y a la medida de mis posibilidades. Alguilamos unas con sus correspondientes palos y emprendemos de nuevo la subida al Monte Shasta, rogando a sus guardianes que nos dejen adentrarnos.

 

Así ocurre. Podemos ir mucho más lejos que en otros intentos y llegamos a un punto donde ya no hay más asfalto y aparcan los coches en un ensanchamiento. Parece que la carretera continúa debajo de los 5 metros de nieve, pero sólo se puede transitar trepando ese muro blanco. Algunas familias con sus hijos están jugando con trineos de plástico y tirándose bolas de nieve.

 

Los rebasamos y seguimos monte arriba con nuestras raquetas que impiden que nos hundamos. La marcha es lenta, por el terreno y  nuestra inexperiencia. Nos cruzamos con dos motos de nieve y un esquiador que están de vuelta. Ya es tarde. En la montaña no hay que esperar a que el sol se ponga porque la helada y la oscuridad la vuelven aún más peligrosa.

 

No se distingue nada bajo el manto blanco. Solo árboles. A lo lejos, entre la bruma, aparece una figura que se nos antoja una broma. Como una aparición de Kuan Yin, vamos distinguiendo una frágil figura femenina, encapuchada y con un cerco de piel de pelo largo rodeando su rostro achinado y bello. Con las manos juntas dentro de un cilindro de piel. Se va acercado con pequeños pasos. La estrecha y larga falda negra que lleva no le permite otra cosa y descubro que es la mejor manera de moverse por la nieve si no llevas “suplementos”.

 

Cuando llega a nuestra altura, comprobamos que es de carne y hueso, y le preguntamos si sabe dónde está la Pradera de La Pantera que estamos buscando. Amable y sonriente nos informa que es imposible dar con ella porque está cubierta de nieve, aunque no queda lejos.

 

Seguimos adelante y cuando vemos un espacio algo más despejado de árboles salimos de nuestro “camino”, tanteando con los bastones para evitar caer en algún hoyo.

 

Cuatro gruesos árboles parecen formar un estrecho círculo un poco más allá y mi intuición me lleva hasta ellos. Es el lugar adecuado. Dejamos los bastones y hacemos nuestra ofrenda: frutos secos y una manzana, que colocamos ceremoniosamente en el centro del círculo.

 

Al cerrar los ojos y hacer la invocación a las cuatro direcciones, a los seres de la naturaleza, a los cuatro elementos, a la propia montaña, a los Devas, a los Ancestros y a todos los Seres de Luz de ese lugar, se hace el silencio. Ni el silbido del viento, ni el chasquido de un tronco, ni la nieve al caer de una rama, ni un pájaro, ni un animal, se oyen. Sólo un silencio reverencial y profundo que pone los pelos de punta y dilata mi percepción invitándome a fundirme con él. Nada más ocurre.

 

Y nada menos…, siento que la ofrenda es aceptada y el permiso concedido para estar allí, para hacer lo que tenga que hacer.

 

Llena de emoción doy las gracias y ruego lucidez para cumplir con mi misión allí, aunque aún no sé qué es.

 

Emprendemos el camino de vuelta. Estoy mucho más tranquila, segura y feliz. Como pierdo una raqueta a cada paso, decido quitármelas y seguir el ejemplo de “Kuan Yin”. En una mano las raquetas y en otra los bastones. Siento los dedos tan helados que duelen. La luz va bajando y no hay nadie en los alrededores.

 

En un momento dado el camino se abre a una impresionante panorámica de la cordillera que escolta al Monte Shasta. Sus cumbres nevadas se iluminan por una luz mágica que se filtra a través de las nubes. Me acerco más al borde. Dejo caer las raquetas y los bastones, y, sin poder evitarlo, algo me impulsa a poner los brazos en cruz.

 

Siento un inmenso poder que la Madre Tierra respalda y el Padre Cielo acompaña. Empiezo a recordar a las personas que me pidieron lo hiciera desde aquí. Sus rostros pasan rápidamente por mi pantalla mental y los de muchos otros. Decreto Luz, Amor y Sanación para estas personas y para todas aquellas con las que he tenido contacto en algún momento de mi vida, tengo o tendré.

 

Desde mi corazón veo cómo infinitos hilos de luz me unen con cada una y también se muestran los que desde sus corazones las enlazan con los que a su vez han tenido contacto, tienen o tendrán. Todo se extiende a gran velocidad formando una inmensa red que atraviesa países, océanos y continentes hasta rodear por completo el planeta.

 

La misión está cumplida.

 

Cuando recupero la movilidad, recojo exultante lo que había tirado al suelo y compruebo que mis manos están calientes. No siento frío, pero percibo una pequeña señal de aviso. Hay que darse prisa en llegar al coche. La temperatura sigue bajando y los 4 grados que había al llegar en poco tiempo serán bajo cero y puede helarse la nieve que aun cubre la carretera.

 

En el aparcamiento nos recibe nuestro solitario vehículo. Me alegro de que sea rojo y se le distinga tan bien. Recorremos el primer tramo con cuidado y sin incidentes. Una vez en el asfalto seco bajamos ya totalmente relajados y felices. Lo hemos conseguido.

 

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Hoy retomamos el camino hacia los lagos. Es un día luminoso y cálido para esta zona y época del año. Cuando tomamos el desvío y empezamos a subir nos encontramos con que las quitanieves están trabajando. Una por cada lado de la carretera en direcciones opuestas, haciendo innumerables pasadas. Una va rompiendo y la otra retirando la nieve de 4 metros de espesor. Toca esperar. Aproximadamente 1 hora o más hasta que esté el paso despejado.

 

Como solo nos separan 2 km del primer lago, decidimos ir caminando por un asfalto chorreante y transitable por las rodadas que dejan las máquinas, aunque en algunos tramos tiene aún nieve helada.

 

Un cartel indica que hemos llegado a Heart Lake, pero no lo vemos. Preguntamos a un “vaquero” con botas y sombrero que ha podido llegar en su gran furgoneta todo terreno y nos dice que está unos metros más allá: helado y cubierto de nieve.

 

Como no hemos venido hasta aquí para nada, trepamos la nieve acumulada y caminamos por el manto blanco hacia la extensión aún más blanca que se va abriendo ante nosotros.

Está intacto. Entramos en él y caminamos hacia el centro, disfrutando como chiquillos y haciendo fotos. El sol pega fuerte.

 

Es un lienzo vírgen sobre el que decidimos dibujar un mandala con nuestras pisadas. Primero un círculo y en su interior un infinito que vamos trazando concienzudamente y con derroche de energía. La estrategia es reunirnos en el centro sin marcar ninguna otra línea. Lo logramos. Una vez ahí hacemos de nuevo una ofrenda de frutos secos y una manzana roja que destaca sobre el blanco inmaculado.

 

Tras el momento de recogimiento y el regocijo de algunos pájaros que empiezan a sobrevolar tan suculento banquete, siento una señal de alarma.

 

Llevamos tres días de buen tiempo con temperaturas “altas”, el sol lleva calentando toda la mañana y el hielo en estas condiciones se derrite…. ¡Y estamos en mitad de un lago que hemos pisado enérgicamente desde hace más de una hora!.

 

Casi oigo cómo se resquebraja. Trato de pensar por donde ha de ser más débil la capa que nos sostiene si en el centro o en las orillas. Mejor no perdamos tiempo, hemos de regresar cuanto antes a la zona de arboleda, pues se supone que debajo hay tierra.

 

Consigo llegar sin contratiempos, pero mi compañero se hunde hasta media pierna en el agua helada. Salta y alcanza terreno firme. Es en la orilla donde se derrite antes.

 

El resto de los lagos a mayor altura no es accesible así que regresamos y hacemos picnic en el lago Siskiyu. Es una inmensa extensión de agua desde cuya ribera contemplamos una vista espléndida del Monte Shasta. La mágica montaña nos regala sus extrañas nubes en forma de platillos superpuestos que cambian de forma a gran velocidad.

 

Parece un día avanzado de primavera y algunos pescadores aprovechan como nosotros para disfrutar de este paraje que nos arrulla con el sonido del agua mansa lamiendo sus orillas.

 

Para aprovechar la tarde nos dirigimos al nacimiento del Río Sacramento. Es un agradable paseo bordeando un estruendoso y caudaloso río de montaña. Vamos contemplando tres cascadas separadas por algunos cientos de metros, con las que el agua salva desniveles de diferente altura. Del río se desprende una gran fuerza vital que alimenta la zona y el bosque que la ocupa.

 

Hoy nos vamos. Tras el desayuno damos una última vuelta por el pueblo. Hace frío. Vemos en una calle transversal un cartelillo que nos atrae. La tienda, con distintas creaciones de cristal emplomado, parece atractiva pero está cerrada. En ese momento llega una persona y nos permite entrar. Lleva dos meses cerrada por obras. Nos muestra todas sus salas.

 

Cuento hasta nueve. Nadie lo diría desde fuera. Todas plagadas de auténticas joyas de minerales de todos los tipos, formas y tamaños, hermosas geodas y fósiles.

 

Con los minerales tienen los conocidos cuencos de cuarzo blanco uno por cada nota de la escala musical. Como si de una obsoleta antigüedad se tratara.

 

Hay varias salas dedicadas exclusivamente a cuencos hechos de todos los minerales y aleaciones imaginables. Todo el espectro de colores está representado.

 

Me enamoran con sus sonidos y vibraciones que se ajustan a cada chakra o cuestión a tratar según las cualidades de sus componentes. Sus precios también son increíbles, así que es un amor imposible.

 

Nos comenta la persona que nos atiende que la dueña hace sesiones con sus cuencos más especiales para hacer uso de su don: una extraordinaria conexión con estos magníficos instrumentos. La aportación es voluntaria. Preguntamos cuándo las hace y nos dice que suele quedar con anticipación. Nos vamos al poco rato, así que le pedimos que la llame para preguntar.

 

También casualmente está llegando a la tienda y quiere vernos antes de dar una respuesta.

 

Entra a los pocos minutos, nos mira y nos hace pasar a una sala privada forrada de un material plateado, dónde nos reciben unos enormes cojines salidos de las Mil y Una Noches. Está repleta de cientos de cuencos de todos los colores y tamaños.

 

Siento que ahí sí hay una auténtica conexión con el Monte y todas las energías que lo habitan. Empieza a hablar y a tocar suavemente los cuencos con leves toques. Así es como hay que tratarlos, con respeto y sutileza, para que su vibración alcance a lo más profundo del ser.

 

Entramos en estado meditativo y mi compañero me va traduciendo, haciendo gala de una especial habilidad para ello sin salir de ese estado.

 

El mensaje de los cuencos es hermoso y, ¡oh, sorpresa!, coincide con el trabajo que estoy haciendo en mi día a día. Es una ratificación inesperada que me llena de gozo y confianza, de fuerzas para continuar.

 

El broche final lo pone un cuenco de un metro de diámetro afinado con la nota fa, la del chakra corazón, que expande el mío en un radio de… miles de km.

 

Agradecidos, ponemos rumbo a la costa del Pacífico en busca de las secuoyas.

 

Mara Cascón

www.farodeluz.es