TIERRA SANTA

TIERRA  SANTA 

 Diciembre 2013

 

Aterrizamos el lunes 23 en Tel Aviv y pasamos noche allí. Antes del desayuno saludé al Mediterráneo y le bauticé con las 12 gotas del agua de la Antártida. Fue mi pequeña contribución a la salud de sus aguas desde ese extremo el mundo.

 

Dos semanas antes no tenía idea, ni deseo siquiera, de realizar este viaje. Sobrevino como muchos de los recorridos que he estado haciendo por el mundo, sobre todo en los últimos años. Otras personas –mensajeros- me lo propusieron y animaron a ello.

 

Supe que “tenía” que ir, pero mi mente expuso de inmediato todos los inconvenientes.

¿Para qué? ¿Por qué yo? ¿No había otro momento que no fuera en plenas Navidades? ¿A qué se debía tanta precipitación?. Éstas y otras preguntas me hacía ante semejante compromiso. La información recibida en mis meditaciones y en la consulta con una amiga -porque siempre ven más cuatro ojos que dos, incluídos los internos- no me dejó lugar a dudas.

 

Era el momento y era yo -si lo aceptaba-, junto con otros compañeros, quienes debíamos acudir a Jerusalem entre el día del solsticio de invieron, el 21 Diciembre y el 6 de Enero. Una horquilla de tiempo en la que era necesario realizar un trabajo energético en la Ciudad Santa para el anclaje de la Ciudad Éterica de Luz que sobre ella se encontraba y había llegado el momento de que bajara de nuevo a su lugar físico.

 

Era necesario para poner en marcha la inmensa Red tejida en torno al planeta y en su interior, se requería de la presencia física de varios “voluntarios” que hicieran posible la conexión de forma consciente.

 

Otros muchos lo harían de forma inconsciente. Y todos iban a ser apoyados desde la distancia con el envío de energía de Luz y Amor que, en sus meditaciones dirarias, se habían comprometido a realizar muchos otros voluntarios. Aquellos que habían sido llamados pero que, por una u otra razón, no habían podido acudir físicamente.

 

Durante las dos semanas previas al viaje la actividad fue frenética, con múltiples encuentros con personas que llegaban hasta mí y al mencionarles Jerusalem se les incendiaban los ojos. Eran posibles viajeros en cuerpo o alma. Llevaban toda su vida deseando pisar Tierra Santa.

 

La parte material fue tomando forma y finalmente contratamos el viaje, tan solo cinco personas de las muchas contactadas. Aunque fuimos todos. Mi pequeña maleta estaba a rebosar de la presencia de todos los compañeros de aventura que, desde sus casas, iban a realizar el viaje.

 

Parecía una locura, pero en definitiva no dañaba a nadie, tan solo a nuestro bolsillo. En cambio, si lo percibido era cierto, la expansión de la energía Crística haría fructificar el Amor y la Concordia en el corazón de todos los seres humanos, empezando por los que habitaban o tenían intereses en esa zona del planeta. Sí allí se lograba la Paz, se derramaría fácilmente por el resto del mundo y su influencia a nivel cósmico sería inimaginable.

 

Así pues partimos para Israel tras un arduo interrogatorio por parte de los agentes israelíes que miran con lupa a todos los que quieren entrar en su país y no forman parte de ningún grupo religioso.

 

¡Qué ironía! siendo ésta la aparente causa de sus problemas: las disensiones religiosas.

 

Aunque según mi sentir no es tal, sino que se trata – como siempre- de cuestiones económicas, que pasan por el interés estratégico del lugar, desde el punto de vista sociopolítico –no en balde está en guerra con casi todos sus vecinos-, y el deseo de dominar lo que allí hay: un Poder inmenso e inalcanzable, que está muy lejos de los parámetros que cualquier gobierno, iglesia u organización pueda manejar, pero que el pequeño ser humano pretende apropiarse.

 

TIERRA SANTA – II

 

Comenzamos nuestro recorrido por el país como un grupo de turistas en un autocar con otros tantos procedentes de diversos países de habla hispano-portuguesa. Había personas de Méjico, Colombia, Costa Rica, España, Brasil y Portugal. Una pequeña ONU sobre ruedas que se incrementaría al llegar a Jerusalem.

 

Nuestro guía y el conductor eran árabes cristianos residentes en Israel. Descubrimos que no sólo se encuentran en el país hebreos y musulmanes, también hay cristianos, muchos de raza árabe, como nuestros anfitriones, y otras muchas etnias y religiones que han ido buscando los efluvios de este lugar, o bien llevan milenios sin moverse de él, como los beduinos. Éstos últimos no están reconocidos como ciudadanos israelíes, pero la mayoría sí, con su pasaporte y su derecho a votar representantes en el Parlamento.

 

Caso aparte son los palestinos que, como todos saben, reclaman la constitución de su propio estado y por ello y otras razones socioculturales están en contínua pelea con los judíos, sufriendo las consecuencias de ser una minoría en un estado militarizado y radical. Todos usando herramientas de sangre y caos que no conducen más que a una espiral de venganzas sin fin.

 

En este entorno que fuimos conociendo sobre la marcha iba observando la famosa Tel Aviv, puramente funcional con edificios de cemento sin ningún adorno y en apariencia amontonados al estilo del Medio Oriente.

 

Subiendo hacia el Norte y bordeando el Mediterráneo íbamos viendo un paisaje muy similar al de España, pero concentrado, con olivos, higueras, naranjos, granados, viñedos, bananos, … Parecía que no hubiéramos salido de “casa”, salvo por los extraños caracteres de los carteles de la carretera escritos en hebreo, árabe e inglés. Todos los demás solo en hebreo, incluso en la gasolinera o el McDonalds.

 

Llegamos hasta la Cesarea Marítima que conserva el anfiteatro, el hipódromo y el circo romanos, así como el orgullo de ser la puerta de salida al mar durante el dominio romano y mucho después.

 

En Haifa visitamos el Monasterio Carmelita de Stella Maris, que toma su nombre de la sierra denominada Monte Carmelo, que se extiende a lo largo de 70 km. Allí ubican la cueva de Elías, el profeta descrito en el Antiguo Testamento, y las leyendas que relataban ya una sarta de episodios sangrientos en favor de Jehová. Ésto me hace dudar de la veracidad de estas leyendas o de la auténtica naturaleza de lo que ese nombre encierra, muy alejado de lo que yo siento como la esencia de lo que se podría llamar Dios.

 

Más al norte, Akko (San Juan de Acre), una península amurallada como un retazo de historia medieval, donde era fácil imaginar a los cruzados y en especial, a los Templarios, recorrer la fortaleza, así como sus galerías y túneles. Algunos de ellos fueron las alcantarillas de entonces y otros expresamente construidos para huir por el mar cuando el asedio de los enemigos se hiciera insostenible.

 

El zumo de granada y los deliciosos dulces árabes de sésamo con miel y nueces pacanas con dátiles hicieron aún más hermosa la caída de la tarde, acariciados por la suave brisa del Mediterráneo del que nos despedimos para adentrarnos en Galilea.

 

Llegamos de noche al kibutz que nos serviría de hotel junto a la frontera con Líbano, a tan solo unos metros, y con Siria, en el monte contiguo. Todo está cerca en un país que de norte a sur tan solo cuenta con 500 km y aproximadamente el 40% es desierto. Estábamos en la zona fértil, rodeados de granjas y cultivos, aprovechando al máximo el terreno y el agua disponible. Un oasis que todos ansían poseer.

 

Esa noche seguimos disfrutando de la comida kosher al más puro estilo hebreo. Así fue en todos nuestros alojamientos. La primera noche descubrimos que nunca juntan la carne con la leche en la misma comida. Aunque no seas hebreo y no hayas comido carne, tampoco te sirven un “colacao” por ejemplo. Incluso los ortodoxos tienen cocinas separadas para estos alimentos.

 

Me resultan gratos los sabores en su mayoría. Hay abundancia de ensaladas: menta y pepinillos, de col y lombarda, pimientos, tomates, pepinos, berenjenas, verduras cocidas,… toda la huerta mediterránea. También la cocina árabe: humus, cuscús, arroces con pasas y champiñones.. … panes y tortas diversos… Me llamó la atención la gran variedad de quesos crema y frescos, de cabra y oveja, que reunían las delicias de todos los países de la zona. En verdad se trata del “país de leche y miel” que describían como la Tierra Prometida. El repertorio de tartas y postres también lo corrobora.

 

Los pescados en esta zona suministrada por el lago Tiberiades o antiguo mar de Galilea y el río Jordán los sirven muy especiados y demasiado cocinados. En cambio las carnes de buey y cordero tienen un aspecto tentador.

 

En esta ocasión la cena era especial, no por lo que comimos, sino porque era Nochebuena.

 

A miles de km de casa, en plena Galilea, nos sentíamos como una familia que se reúne a compartir, por gusto, no por obligación, como ocurre algunas veces. Sin distintivos de ninguna especie, pues los hebreos no la celebran. Tan sólo nuestro corazón, alguna prenda más especial en nuestro vestuario y la hermosa meditación que realizamos en mi habitación, tras comunicarnos por email o wasap con nuestras familias y escuchar música de jazz en vivo de sorprendente calidad, que mi cuerpo gozó  bailando sin moverse de la silla.

 

La meditación fue una experiencia hermosa y emocionante. Todos conectamos con el Maestro Jesús, algunos también con la Madre María o María Magadalena, en definitiva la energía Crística se hizo presente con suma facilidad pues la zona está cargada de ella de forma inexplicable. Con una pureza e intensidad que no pueden disolver ni los misiles ni la ira de los hombres.

 

El miércoles, 25 de diciembre, visitamos Nazaret. Empezamos por la iglesia de la Anunciación que protege una preciosa cripta hasta  la que he conducido a una compañera de viaje, futura madre, que no paraba de temblar. La he presentado directamente en el centro de la preciosa energía de la gruta donde al parecer María Vírgen recibió el anuncio de su concepción. La conexión con la enegía de la Madre ha sido intensa para ambas, y en ella obrará el milagro de la vida.

 

Después nos mostraron la casa del carpintero José y su Familia. Aquí la sensación era suave en algunos puntos y potente en otros, no necesariamente en los marcados para los turistas.

 

Nos íbamos encontrando con muchos grupos de gente africana: sudaneses, etíopes,… con sus atuendos multicolores y sus trajes de ceremonia que seguían fervorosamente a su pastor. Han sido nuestros compañeros de pereguinaje al compartir la misma ruta. También japoneses que seguían a un franciscano de su misma nacionalidad. Resulta sorprendente ver en carne y hueso la variedad y extensión de los seguidores del Cristo. Incluídos los propios musulmanes que lo consideran uno de sus principales profetas y que eran los que aportaban los adornos navideños a sus casas y comercios recordándonos las fechas en las que estábamos. Aunque los lugares visitados son atemporales y casi nos costaba recordarlo.

 

En Cafarnaún visitamos las ruinas donde al parecer Jesús hizo numerosos milagros. Entre ellos que la mujer sangrante desde hacía 12 años, dejara de hacerlo al tocar la orla de su vestido. Me ha conmocionado al hacerme conectar con una visión de un caso similar que tuve en una activación crística, y he tenido que sentarme.

 

La vista y el contacto con el Mar de Galilea (Lago Tiberiades en los mapas) ha sido muy grata para mí y ha actuado como un bálsamo en mi corazón.

 

En sus orillas vimos de lejos Magdala, que en nuestra ruta ha sido tratada como lugar sin relevancia a  pesar de la inmensa figura que se relaciona con ese lugar. La historieta que el guía nos relató sobre María de Magdala en su primer encuentro con Jesús de Nazaret dejaba cortos los mejores cuentos de brujas. Aunque al parecer es la que figura en el Nuevo Testamento.

 

Comimos en un lugar excepcional, contemplando este enigmático Mar interior de agua dulce, en el que vierten sus aguas arroyos de agua salada. Uno de sus frutos es el pez San Pedro, de piel oscura y tamaño medio, humilde y sabroso si no hubiera sido cocinado muchas horas antes.

 

 ¡Y muy cerca de donde ubican la multiplicación de los panes y los peces!. Lo señala un hermoso y sereno templo alfombrado de teselas, en cuyo claustro cantamos el Adeste fideles con la voz prestada de los ángeles.

 

El Monte de las Bienaventuranzas, a pocos metros, nos contemplaba.

 

A última hora de la tarde llegamos a Safed, la cuna de la Cábala. Visitamos la sinagoga, menos lujosa de lo esperado, a la que accedimos a través de un estrecho callejón. Desde su ventana gozamos de la puesta de sol, que aportó un poco de magia a la densa energía que me hacía estar incómoda. Volví revuelta al autobús con una incipiente jaqueca. El descanso, la aplicación de los códigos solares y un amoroso jugo de granada ofrecido por una compañera evitaron que fuera a más.

 

No obstante, decido retirarme pronto tras una ligera cena, para con la ducha y el descanso continuar en plena forma tan extenuante viaje.

 

TIERRA SANTA  - III

 

Te pido disculpas lector porque voy a cambiar ligeramente el tono del relato. Siento la necesidad en algunos momentos de seguir haciéndolo en primera persona y en tiempo presente, tal cual lo escribí en mi libreta de notas al final del día. Tal vez así te resulte más ameno y puedas ponerte en mi piel para vivir más de cerca la experiencia.

 

Hoy jueves, 26 de diciembre, abandonamos el kibutz tras el suculento desayuno y un impacto visual que me ha hecho recordar donde estaba. El lugar me recordó desde el principio la ecoaldea de Findhorn en Escocia, donde la gente vive y trabaja extrayendo de la tierra, aparentemente yerma, infinidad de hortalizas y flores. Con la diferencia de que lo hacen desde una profunda espiritualidad que practican en privado o en grupo, cuando quieren, en la sala de meditación, en silencio y, por tanto, respetando las creencias de cada cual. Por lo general acuden al comedor común para relacionarse con sus vecinos y con los visitantes. Por eso la mezcla de trabajadores del kibutz, que realizan sus labores a cambio de cama y comida, con los turistas de todas las nacionalidades,  creencias y razas me llevó de nuevo allí.

 

Lo que no me esperaba era que uno de los comensales que vi pasearse tranquilamente por el buffet, saliera del comedor cargando al hombro un fusil de asalto casi tan grande como él, que casi media dos metros.

 

Una muestra más de la tensa calma que respira el país. Y un reflejo de la militarización de la población civil que obliga a las mujeres a prestar un servicio militar de dos años y a los hombres de tres, y éstos además continúan prestándolo un mes al año hasta que cumplen los 40. No es un servicio testimonial, sino que tienen numerosas oportunidades de entrar en acción dado el permanente conflicto bélico que tienen con unos o con otros.

 

Ésto de puertas afuera, porque de puertas adentro no en balde son los mejores especialistas en informática y es uno de sus mejores productos de exportación, creo que fruto del refinamiento y habilidad alcanzados para su propio uso interno en todo tipo de aplicaciones y supongo que en especial las que tienen que ver con su supervivencia como individuos, como colectivo y como país.

 

Ya en el autocar me dispuse a disfrutar de nuestro último recorrido por la Alta y la Baja Galilea. Me despedí del Monte Hermón (el anciano de eternas nieves) que imponente presidía el horizonte cercano y nos enviaba sus ráfagas de viento helado. También dije adiós al lago Tiberiades, para mí el mar de Galilea, que  ahora recorriamos por el sur para seguir el curso del río Jordán, que lo nutre por el norte y continúa llevando la vida  hacia zonas menos exhuberantes. Este río frontera da su nombre a uno de los países vecinos, Jordania. Y me sigue resultanto llamativo que tanto en el lago, como en el río, una y otra orilla, a tan poca distancia, pertenezcan políticamente a distintos dueños, y que todos quieran imponer su dominio y sus ideas en toda la comarca. Tal vez porque realmente es una sola, un único ecosistema que sólo la mente humana es capaz de trocear.

 

A orillas del Jordán rememoramos el bautismo de Jesús de la mano de Juan. Unos entraron descalzos en las aguas de fondo resbaladizo. Yo me conformé con pasar el agua con las manos mojadas por todo mi cuerpo para su limpieza y purificación.

 

En un punto del trayecto hacia el sur, se produjo una retención de tráfico y yo empecé a entrar en trance. No era la primera vez que en la intimidad del bus, en la parte de atrás en la que iba, podía acceder de forma espontánea a estos estados propiciados, como ya dije, por la potente energía Crística que impregna este suelo.  

 

No dejaba de sorprenderme cómo el Universo me mostraba su sencilla forma de resolver las cuestiones más complicadas, porque ésta era una de mis preguntas antes de comenzar el viaje ¿Cómo iban a ser posibles estas situaciones con la necesaria discrección y seguridad para nuestra integridad física y energética, rodeados de gente y centenares de ojos vigilantes?

 

Anunciaban su comienzo sobreviniéndome una intensa emoción que me llevaba a las lágrimas. Me preguntaba qué ocurría, pues hasta un instante antes tan solo disfrutaba del paisaje y me impregnaba de la placidez de los cultivos o los montes que marcaban el horizonte. En cuanto cerraba los ojos la visión del Maestro Jesús era clara y me hacía comprender. En su mayoría procuraban un efecto de limpieza energética, sobre todo a nivel emocional para preparar mi canal, y también de confirmación del progreso del proceso emprendido. Como si fueran los hitos preparatorios para el momento cumbre en Jerusalem.

Todo ésto lo procesaba mentalmente después incluso de varias horas. En el momento sólo cabía vivirlo y permitirlo.

 

En esta ocasión pregunté a mi compañera de viaje, amiga y hermana en esta aventura, que en ese momento ocupaba el asiento contiguo a dónde nos acercábamos. Me dijo que al Monte Tabor el de la Transfiguración que podía verse a través de la ventana del bus con una basílica en lo alto. Permití entonces que se desarrollara lo que pugnaba por suceder:

 

“Una fuerza inmensa se abre paso desde el corazón hacia la garganta, arquea mi cuerpo y dobla mi nuca haciendo estallar la cabeza, el dolor y la presión son casi insoportables y deseo gritar con todas mis fuerzas. Las lágrimas se deslizan de mis ojos cerrados. Grito hacia adentro, en silencio, es un grito desgarrador y liberador que libera todo el dolor acumulado y permite la entrada de la espada azul de la energía del Padre desde lo alto de la cabeza hasta hincarse en la tierra. Esto hace posible la eclosión del corazón, irradiando una Paz hecha de Luz, Armonía y Belleza. Mientras, el Maestro Jesús, la encarnación del Cristos Cósmico y Plantetario, me toma de las manos para darme confianza y susurrarme “Permite y Confía”.

 

La paz se ha hecho en mí, el dolor no existe y aún estando plenamente presente en mi entorno material del que percibo los sonidos del atasco, su causa: un pequeño accidente que ha hecho posible esta parada, el olor de la mandarina que estan pelando varios asientos más adelante, el contacto de las manos de mi amiga que me sostienen, acompañan y anclan tomando las mías, la experiencia mística se ha hecho presente y patente. La “Transfiguración” se ha producido y las lágrimas que se deslizan por mi rostro son de dicha”.

 

Mi amiga ha estado conmigo en lo alto del Monte durante el proceso, aunque vuelve antes para servirme de ancla y ayudarme a terminar de entrar en mi cuerpo físico con una chocolatina y un poco de agua.

 

De inmediato se raunuda la marcha y llegamos físicamente a la falda del monte. Allí la espera para tomar los microbuses que realizan la ascensión hasta la cima es serena y feliz. La sensación continúa mientras el microbus trepa la colina a toda velocidad a través de sus cerradas curvas, el conductor habla por el móvil y se cruza con los vehículos que bajan sin apenas espacio para ambos.

 

El viento que nos recibe arriba me ayuda a despejarme por fuera, manteniendo el estado beatífico por dentro. La Basílica es sencilla y hermosa con unos bellísimos mosaicos y vidrieras, elegantes y medidos, de línea Art Deco. La energía de la capilla del Sagrario me subyuga y en su discreción, junto a la pared, canto transportada. Como en mitad de la nave central, al amparo de los sucesivon “aaaménnn” de un grupo de exaltados nigerianos guiados por su pastor.

 

Cuando se han retirado y los últimos se han levantado del suelo en el que se han tumbado boca abajo extendiendo un abanico de estampas, he podido acceder a la zona del altar mayor, sentarme a un costado y contemplar y sentir la belleza del lugar.

 

La bajada igual de vertiginosa no impide el disfrute de la vista panorámica. Ya en el bus repaso mis compras hechas mientras esperábamos el microbus antes de subir: un pañuelo de cachemira con los colores del arco iris elegantemente dispuestos en una magia similar a la de mis últimos cuadros, aceites de esencias de rosa de siria y jazmín, que usaré en mis consultas, con la impronta del Monte más impactante para mí en este viaje. Al menos por el momento.

 

Nos dirigimos a Cisjordania y las montañas de Qumrám en territorio palestino, que no he podido disfrutar desde una ratonera comercial y con la comida de peor calidad del viaje. Tal vez era lo mejor, pues el mareo era creciente según nos acercábamos y tras la experiencia cumbre de la mañana mi cuerpo físico ya tenía suficiente.

 

Hemos sido levemente tentados en la zona donde supuestametne lo fue el Nazareno, pero no he tenido dificultad en superarlo. Solo ha sido necesaria un poco de paciencia, firmeza y claridad. Las tentaciones en mi caso no eran materiales sino que tenían que ver con la tolerancia y la observación de lo que hay, sin dejarme arrastrar por el juicio o la ira.

 

Paramos en Jericó delante del milenario sicomoro que aparece en las escrituras. Ahí recordé el encargo de un pañuelo palestino y dónde mejor que comprarlo directamente allí. Lo he adquirido en un rápido y divertido regateo a mi manera (al precio que considero adecuado desde el principio), mirando muy cerca y directamente a los ojos del  vendedor, con un gesto y tono jocoso, bajo el pañuelo, que ha resultado divertido para los dos.

 

Atravesamos el desiero de Judea, muy similar al de Almería solo que con los cerros más amontonados. En él habitan los beduinos que obtienen su agua excavando pozos en la tierra seca.

 

Vimos Betania desde la carretera, donde vivieron Lázaro, el resucitado, y sus hermanas Marta y María.

 

Por fin llegamos a Jerusalem. Atascada con un tráfico denso. El hotel, en la zona moderna, es confortable, pero necesitando reforma en los baños. Mañana pediré un cambio de habitación donde no se oiga la salida del aire acondicionado de todo el edificio.

 

TIERRA SANTA - IV

 

Comenzamos el viernes, 27 de diciembre, visitando los montes boscosos de alrededor de Jerusalem, que guardan la iglesia de la Visitación, con el pozo donde al parecer Isabel escondió a su hijo Juan de los sicarios de Herodes, en la matanza de los santos inocentes.

Allí recibió meses antes la visita de María cuando ambas estaban embarazadas.

 

Grato lugar que incluye la Iglesia de S. Juan con azulejos portugueses y el escudo de Castilla-León que conmemora donde supuestamente nació el Bautista.

 

En el museo de la ciudad, vimos una mínima parte de los manuscritos del Mar Muerto, fragmentos del Antiguo Testamento, sin mención alguna a los del Nuevo, los llamados agnósticos.

 

La gran maqueta de la Jerusalem de tiempos de Jesús nos dió una idea de la distribución de los lugares que visitaríamos al día siguiente.

 

En el Museo del Holocausto prescindí de todas sus salas y me limité a tomar el sol en sus espacios al aire libre. No quería emponzoñar mi alma con algo que ha hecho correr tanta tinta y de la que he bebido hasta hartarme.

 

Después, lo más importante del día: Betlem.

 

Para ello atravesamos las alambradas y el muro de hormigón de 10 m de altura que convierte en gueto la zona palestina. Se nos encogió el corazón. La misma sensación debieron tener los judíos en las ciudades europeas en las que fueron confinados de igual forma. Seguro que en el museo lo rememoraban.

 

Las casas lucían en sus azoteas depósitos para almacenar el agua, pues solo la reciben un día a la semana. Supongo que las horas de electricidad también las tendrían racionadas porque igualmente contaban con placas solares. Una forma más de marcar las diferencias sociales y raciales.

 

Tomamos una comida tipicamente árabe, en la que acepté comer un riquísimo cordero que me dió la suficiente tierra para lo que vendría después.

 

Nuestro atento guía palestino, empujando la silla de ruedas de una compañera de viaje, nos condujo hasta las iglesias de la Natividad; llevándonos a las tres Marías, pues las tres eramos María de…, por puertas más accesibles. Aún así se nos hicieron largos y laberínticos los recorridos por estrechas puertas y escalones escurridizos.

 

Nuestro compañeros aguardaron cola y entraron por la iglesia ortodoxa. Nosotras, sin esperar, lo hicimos por la armenia, que era la salida de la gruta. Por ello tuvimos la oportunidad de alargar nuestra estancia allí, hasta que llegaron y partimos con ellos para conocer la gruta desde el lado de la iglesia católica, más amplia pero mucho menos intensa.

 

Sí, la cueva y lo que la rodea está dividida en trozos “cristianos”: ortodoxos griegos, armenios, coptos y católicos. Como también ocurre en el Santo Sepulcro. Las disputas por el espacio y su gestión son famosas en estos lugares que debían ser de paz y unión.

 

También los musulmanes reclaman su trocito de Profeta.

 

“Ya dentro, la estrella que marca el lugar donde supuestamente nació Jesús no me impresiona, pero al llegar a la zona del presebre donde fue depositado envuelto en pañales, a dos metros de distancia… apenas puedo bajar el par de escalones. Me embarga una intensa emoción que me inunda los ojos y el corazón.

 

Busco asiento en un estrecho banco pegado al muro entre los dos lugares. A mi lado, la compañera de la silla de ruedas, a la que hemos levantado para bajar las escaleras. Cambiamos los papeles. Y ella es ahora la que me sostiene  y consuela, pues el sollozo no remite.

 

 

Estoy aturdida por la intensidad de la energía y la belleza que se despliega dentro de mí, como una inmensa gratitud dada y recibida… por haber llevado hasta allí a una representante de los más desfavorecidos, acompañando y secundando el empeño de su hermana.

 

Consigo estabilizarme y me acerco de nuevo al pesebre. Encuentro asiento al fondo, dentro del pequeño habitáculo excavado en la roca, en un pequeño poyete. A mi lado una monja joven ora. A pesar el intenso tráfico de personas que hablan y hacen fotografías, apenas puedo sostenerme derecha. Sólo inclinada, incluso doblada, ante semejante potencia, que casi me hace juntar la frente con las rodillas. Siento/escucho incesantemente: “Dios se ha hecho carne, Dios se ha hecho carne,…”. Y me dejo llevar por la sensación de gratitud, por el privilegio de estar aquí, sintiendo la Divina Presencia“.

 

Felices y tranquilos fuimos después al Campo de los Pastores. Un pequeño parque temático, con cuevas donde se sucedían los oficios religiosos y una iglesia nueva de planta circular.

 

“La visito casi a regañadientes. Dentro vislumbramos unos sencillos y hermosos frescos a la luz de las linternas de los móviles. La invitación del guía para que cantemos es como un disparador que no puedo frenar, a pesar de mi pudor por la presencia de público. La fabulosa acústica y la expectación despertada me hacen dar un breve concierto, en un idioma que desconozco, con una hermosa voz nacida de las entrañas de los ángeles que nos rodean y así se muestran”.

 

Después, en la cooperativa católica palestina, compro pequeños recuerdos de Belén hechos de madera de olivo, para hacer llegar la esencia de este lugar a mis seres queridos.

 

TIERRA SANTA – V

 

28 de diciembre, Sabbat. La intransigencia de los preceptos hebreos nos ha vuelto locos con los ascensores del hotel y aturdido en su comedor, atestado de familias que iban a ser servidos.

 

En este día no trabajan, no cocinan, ni siquiera aprietan un botón, por ello bloquean los ascensores de un hotel internacional para que funcionen en automático subiendo del tirón sus 21 plantas y vayan bajando de una en una, esperando los minutos necesarios hasta que las puertas se cierran solas con un pitido irritante. No es de extrañar que las escaleras estuvieran muy concurridas.

 

Algunos, los ultraortodoxos, mantienen esta actitud toda su vida y se dedican a cumplir los 613 preceptos de la religión judía, siendo mantenidos por el resto… Supongo que aparte de cumplir la Ley de la Torá en nombre de todos, dedicarse a tener hijos (se casan jóvenes y era fácil verlos con más de 5 niños) y llevar una vida muelle exenta de trabajo, incluso del obligatorio servicio militar que toda la población israelí cumple, habrá alguna explicación más a su alto nivel económico, fácilmente observable.

 

También lo era su aire de superioridad que me recordaba nítidamente los encuentros y palabras de Jesús sobre los fariseos. Nada parecía haber cambiado. No es de extrañar, por otra parte, que se resistan con uñas y dientes a abandonar su posición de privilegio, evidentemente mundano, por mucho que lo quieran disfrazar de divino.

 

Hoy, realmente, hemos entrado en Jerusalem. Ha sido por la Puerta de Damasco. La ciudad antigua nos esperaba intramuros, con sus calles empedradas y húmedas. Muy resbaladizas y escalonadas.

 

Sus habitantes árabes estaban en plena actividad, con los zocos abiertos y su vida en la calle. Sólo los hombres claro. Las pocas mujeres que veíamos eran hebreas, vestidas de negro a la occidental o con su estilo particular de falda hasta media pierna y algo cubriendo el pelo, un gorro o pañuelo elegantemente enrollado a la cabeza. Solas, en grupo o con la familia. El paso rápido dirigiéndose a la sinagoga.

 

Hemos hecho el Vía Crucis, subiendo y bajando por estas callejas, desembocando en las iglesias del Santo Sepulcro (católica, copta y ortodoxas). Hoy los que lo vigilaban eran tres popes jóvenes y fornidos.

 

Tras la cola para entrar que carga mi sacro, ya resentido de tanto traqueteo, entro en el Sepulcro y postrada de rodillas con mis manos sobre la piedra, la información que recibo es de culminación y celebración más que de dolor. Toco con la frente y al salir, un poco aturdida, voy a sentarme en la nave contigua de hermosos frescos bizantinos. La disfruto al tiempo que saboreo las sensaciones que experimento. Tan solo unos minutos, porque nos desalojan y cierran el acceso a esta zona.

 

Subimos los escalones que nos separan de la capilla del Calvario, a pocos metros del Santo Sepulcro, dentro de las iglesias que en realidad parecen y “son” una sola.

 

Mientras aguardamos en la cola siento que he de proteger como un ángel guardián a los más jóvenes de mis compañeros de viaje desde Madrid, que delante mío se abrazan entre sí. Les noto vibrar, como a él en la estación del Vía Crucis en la que una mujer que luego llamaron Verónica (lienzo veraz) enjuga el rostro del Nazareno. En ese momento, su percepción y autosugestión, por la identificación con el personaje, le generan una gran alteración que se manifiesta como sarpullido e inflamación rojiza entorno a los ojos, en especial el izquierdo, que la yema de mi pulgar aplaca.

 

Tocar la piedra del Calvario no me ha conmocionado más de lo que estaba. Tampoco procedía enfangarse en el dolor, sino en la celebración de la culminación de dos fases de un mismo plan: la primera la siembra, al expirar en la cruz, de la esencia del Cristos, y la segunda, ahora, con el despertar de las semillas inoculadas entonces.

 

Me estabilizo a base de chocolate en la plaza de la Basílica. Nuevo descenso vertiginoso por las callejas del zoco hasta el Muro de las Lamentaciones. Allí, entre las orantes hebreas, pude dejar sin gran dificultad las peticiones de una amiga, dos escritas en rumano y otra en castellano, así como las mías propias expresadas en silencio.

 

Espera reposada tomando el sol en la explanada, sentados en sillas de plástico allí dispuestas y apiladas. Tan imprevista como el encuentro casual y bendito con las otras dos compañeras que siguieron con el autocar hasta la puerta de Dung o de la basura (destinada antiguamente a este fin) por la que saldremos, y han bajado a recorrer lo que pudieran con la silla de ruedas.

 

Continuamos todo el grupo hasta la Iglesia de la Dormición de la Vírgen, extramuros. No me causa especial sensación salvo por sus bellos mosaicos.

 

Luego la visita al Cenáculo que sitúan justamente sobre la tumba de David, que no me mueve en absoluto. Nos dicen que también fue ahí donde se reunieron los discípulos después de la crucifixión y recibieron la visita del Espíritu Santo. Todo aquí es así, unas cosas encima de otras, ni un centímeto de terreno libre o sin edificar. Milenios superpuestos y ubicaciones muchas veces aleatorias. Cuánto de verdad tienen lo descubro con mi sentir. Aunque para otros puedan tener mucha significación. Todo es válido, cada cual ha de guiarse por lo que le hace resonar, y respetar lo que hace resonar a los demás.

 

En el Cenáculo pido que, si la energía del lugar es veraz y lo permite, me sea concedido el don de lenguas (por la noche me hago entender a la entrada el comedor, pero yo no entiendo lo que me dicen. Habré de pedir también el don de oído).

 

Nos trasladamos al Monte de los Olivos. Ahora es un cementerio de grandes dimensiones y alto standing, desde donde se divisa una hermosa vista de Jerusalem y el Templo (ahora sustituido por una mezquita de gran cúpula dorada). Una tumba tiene un coste de decenas de miles de euros que los hebreos pudientes pagan gustosos para ser los primeros resucitados cuando llegue el Mesías el Día del Juicio Final y pase por ahí para hacer su entrada en Jerusalem por la Puerta Dorada. Esta puerta es la más monumental de las ocho que tiene la muralla. Fue clausurada por Soleimán el Magnífico precisamente para dificultar ese acceso y así sigue, reforzada además con un cementerio musulman adosado al muro.

Así pues todo son cementerios en esa parte de la ciudad, curiosamente por la esperanza de una Vida Eterna, que también después siguen disputándose.

 

Bajamos al huerto de Getsemaní (prensa o molino de aceite en hebreo, griego y arameo) y tras rodear los olivos milenarios que cobijaron la siesta de los predilectos, entramos en la iglesia de Las Naciones, de la Agonía o de Getsemaní. Fue construida conjuntamente con la aportación de varios países sobre la piedra donde Jesús el Cristo oró y sudó sangre ante la visión de sus próximas horas.

 

La roca conserva la esencia de la conexión divina y la fuerza insuflada en su Ser para el proceso. Después de tocarla busco asiento muy cerca para no caer. Me llega: “La Misión está cumplida” y me instan a aplicar los Códigos Solares a Jerusalem como si fuera un cuerpo humano. “Los anclajes están hechos y sólo falta apretar el botón rojo de ON en la explanada de las mezquitas para que los engranajes se pongan en movimiento, la Ciudad de Luz baje, se instale sobre la Jerusalem física, y la explosión Crística emane sus ondas concéntricas vibracionales en torno a todo el planeta y más allá, a través de las redes de Luz ya dispuestas”.

 

Soy casi la última en salir, pálida al parecer según supe después en Madrid.

 

El hermoso tímpano de mosaico mira directamente a la Puerta Dorada por la que Jesús prendido entró para culminar su Misión, en los últimos días que ahora se repiten. Entonces sí estaba abierta y la resurrección se programaba a su paso.

 

TIERRA SANTA – VI

 

Domingo, 29 de diciembre. Vuelve la normalidad tras la parálisis del Sabbat. De nuevo circulan los coches y el hotel se vacía. Tomamos un taxi hacia la ciudad vieja para visitar la explanada de las Mezquitas. Ya solos los cinco viajeros.

 

Nos saltamos la enorme cola con la “llave” de la silla de ruedas, consiguiendo pasar todos a pesar de las primeras negativas del policía. Era imprecindible para subir la empinada pasarela que une la explanada del Muro de las Lamentaciones con la explanada de las Mezquitas.

Todos empujando la silla que transporta los casi 80 kg de nuestra amiga.

 

Arriba la enorme extensión con grupos de musulmanes dispersos se nos ofrece despejada y serena. Nos dirigimos a la Mezquita de la Roca con su gran cúpula dorada, símbolo de las imágenes fotográficas de la parda Jerusalem.

 

La rodeamos, subimos las escaleras que la alzan sobre otra amplia explanada y la paseamos impregnándonos de su paz.

 

Nos impiden el paso al interior del templo que parece inaccesible para todos.

 

Pido que nos sentemos en algún lugar donde poder hacer una meditación. Se muestra en una esquina un templete con posibilidad de sentarnos alrededor. Los más jóvenes se ponen a desayunar lo que traían y yo comienzo una sintonización en la que las energías de Cielo y Tierra confluyen en mi pecho, me estiran y empiezan a inclinarme hacia atrás desafiando la gravedad. Otra compañera posa su mano en mi espalda para protegerme al pasar el ángulo de los 45 grados. Noto que por la escalera contigua suben algunas personas y me van a observar. No siendo conveniente llamar la atención, me enderezo.

 

Siento fuertes deseos de tumbarme. Éste es el sitio y el momento que me mostraban antes de iniciar el viaje, en el que totalmente tumbada y con mis compañeros cerca, pero sin tocarme, hacía la conexión. No sé si puedo, aunque intuyo que es posible en el estrecho poyete. La compañera entiende y se retira. Su hermana también y guarda silencio.

 

Una vez tumbada, la irradiación del pecho pasar a ser una implosión en mi vientre. El útero creador que se presta para que nazca la nueva humanidad. Todo con discretas convulsiones.

 

Pido imágenes y me muestran el gran botón de ON en medio de La Roca, prácticamente debajo de la Cúpula, que marca y guarda uno de los puntos de mayor caudal de energía del planeta.

 

El botón se pulsa y entran en funcionamiento los engranajes que hacen descender la Gran Ciudad Etérica de Luz de Jerusalem, tirando desde cada uno de los puntos de anclaje (los de nuestro recorrido), hasta quedar posada sobre la ciudad física.

 

 

La sensación en tan fuerte y clara que siento un ligero temor de ser aplastada al juntarse las dos. Me recuerdan se trata de energías sutiles que se integran en la materia y se ríen de mi mente infantil.

 

Mi Misión ha terminado.

 

Me encuentro en un estado beatífico y me quedaría tal cual todo el día, a pesar de la dureza y frialdad de mi soporte. Pero empiezo a notar la incomodidad de mis compañeros y me decido a ir saliendo del trance, para tomar tierra retornando a mi cuerpo. Me cuesta moverme, pero la disciplina y el entrenamiento me ayudan. Les relato lo vivido y me repongo con una chocolatina.

 

Salimos de la explanada en busca del Santo Sepulcro adentrándonos en las callejas llenas de tiendas árabes. Primero con la silla de ruedas portando a nuestra amiga. Luego sosteniéndola y tirando de ella para subir las cuestas escalonadas. Su peso y su apatía pesan cada vez más a mi resentida espalda y cuando llegamos al Santo Sepulcro el dolor y el cansancio hacen mella en mí.

 

Mi sensibilidad está acorchada por el esfuerzo y sólo pretendo facilitar a mis compañeros su deseo de visitarlo de nuevo, por lo que me dirijo a la cola de entrada para irles tomando sitio. No me siguen y, entretanto, a ellos les franquean el paso al Sepulcro gracias a la silla de ruedas. Algo supongo al no verlos aparecer y los encuentro cuando salen.

 

No puedo más, me siento frente a su entrada rogando sanación a mi dolor de cuerpo y alma. Se alivia en parte y ante la insistencia en subir de nuevo al Calvario me ofrezco a quedarme con nuestra amiga en su silla, para que suban los otros tres.

 

Sigo sentada sin la belleza y la alegría del día anterior. Supongo que todo lo anterior habrá servido para algo, pero mi pequeño yo no se siente bien.

 

Después, gracias al cielo, optamos por tomar un zumo de granada sentados en una terraza de la plaza cercana. No tengo ganas de hablar. No tengo ganas de nada, aunque en ese momento no me duele nada. Sí estoy cansada y como vacía. La resaca, lo llamo, por tantas emociones.

 

Mis compañeros siguen iluminados por la experiencia conjunta al subir a la capilla del Calvario. Uno de ellos apenas habla y empieza también a acusar el cansancio y el efecto de limpieza (nasal en su caso) por tanta energía.

 

Empezamos a bajar y visitamos por dentro las primeras estaciones del Vía Crucis que el día anterior pasamos por alto con el guía, pues las cuarenta personas del grupo no lo hacían posible.

 

En la III y IV una grata iglesia, dedicada al encuentro de Jesús con su Madre, me regala una hermosa energía que se transforma en canto en la cripta, en la que quedo milagrosamente a solas: Sanctus, Shalom (Paz en hebreo), Salam (Paz en árabe), son las palabras que salen de mi boca, como un saludo (el que utilizan comunmente ambas razas), como una promesa de lo que ya es y se verá manifestado, hecho realidad tras haber sido tantas veces deseado.

 

En la I y II la visita es a la cárcel romana en la que el Maestro fue encerrado y azotado. Excavada en la roca guardaba su energía de dolor. En la cueva más profunda, casi circular, me veía impelida a recorrerla repitiendo por dentro: “Todos estais perdonados, todos estais perdonados,…”, como una lluvia de liberación a lo que allí se dió y en otros muchos lugares se ha dado. Disolviéndolo con la fuerza del Perdón.

 

Un poco más allá, en un estrecho apartado con un banco tallado que lucía dos extraños huecos, un mosaico mostraba era el lugar donde ponían las piernas del reo y las encadenaban por debajo. Parece ser la forma en la que Jesús aguardó su sentencia. Aquí ha sido la entonación la que se ha manifestado. Primero salían graves y algo inarmónicos, luego se ha ido haciendo más fina la vibración del sonido, hasta liberar la densidad que allí se alojaba.

 

Después, los jóvenes se han ido al hotel, ya cansados y sin ganas de comer, como viene siendo habitual para ellos en este viaje. Nosotras tres hemos continuado sin prisa y hemos entrado en un lugar de comida árabe para turistas de todas las nacionalidades, donde tomamos un kebab de cordero y falafel para reponer fuerzas.

 

Ayer recorrí el Vía Crucis de subida y bajada sin lastres. Hoy lo hemos subido con un peso inestable de 78 kg y … lo hemos vuelto a bajar. Cuatro veces en dos días. Ésta sí que es una prueba de entrega y devoción, que ni siquiera me había planteado. Aunque me ha dejado exhausta.

 

He quedado practicamente inconsciente al tumbarme en la cama del hotel, sin saber dónde, cuándo, ni quién era, cuando el ruido de una voz me ha despertado. Los camareros estaban limpiando las habitaciones vecinas, un poco tarde la verdad. Al llegar el turno a la mía, una pálida Mara ha podido abrir para decir que no hacía falta. La ducha caliente y muy prolongada me ha repuesto como estos días atrás. No sin antes llorar mi soledad y la de muchos otros que conozco o no…

 

La tarea realizada resultó fácil y estaba muy sostenida por la energía de Amor y Luz que muchas personas y seres estaban enviando para su consecución. Al finalizarla me sentí tranquila y al mismo tiempo sin fuerzas y con algo de tristeza… era la resaca energética por supuesto.

 

Había que pasarla, pero no fueron unas horas, ni unos días, … casi un mes ha tenido que transcurrir para sentirme completamente recuperada y poder escribir esta crónica. La primera semana fue la más difícil por los dolores físicos y emocionales que experimenté. Después por la tardanza en situarme en un estado de “normalidad” que me permitiera contar con mi cuerpo para conducir y otras tareas cotidianas, sin sufrir mareos al más pequeño movimiento.

 

Por fin el periodo de descompresión ha terminado y puedo saborear a fondo los regalos que recibo del Universo cada día, grandes y pequeños. Te animo a hacer lo mismo.

Hasta el próximo viaje.

 

Mara Cascón – Faro de Luz

www.farodeluz.es 

 

 

 

 

 

 

La Gran Mezquita de la Roca,

en la explanada de las mezquitas,

sobre el muro de las lamentaciones

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