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POR LOS VALLES DE ASTURIAS

44. CAMPOS DE MALLEZA óleo s/lienzo 46x38 ©Mara Cascón
44. CAMPOS DE MALLEZA óleo s/lienzo 46x38 ©Mara Cascón

Iba cuesta abajo por un camino cubierto de ramas y hojas de los eucaliptos que lo circundaban. El terreno era inseguro pues el material vegetal lo cubría por completo con una gruesa capa resbaladiza. Al menos estaba seco. Era pleno verano, una cálida tarde de Julio.

 

Llevaba una de esas pequeñas hojas de ruta que me habían dado en la oficina de información turística. Se trataba de un recorrido circular de pocos kilómetros en el fondo del valle, cerca de donde me hospedaba. Perfecto para no tener que utilizar el coche.

 

Al final de la cuesta disfruté de una umbría que cruzaban varios regueros de agua creando un lugar sereno, mágico, formado de verdes y lleno de paz.

 

Continué caminando entre una arboleda espesa. Silencio, sólo se escuchaba el zumbar de las moscas. Ni el menor atisbo de humanidad. A la vuelta de una curva comienza un repecho… completamente cubierto de helechos. Estaba claro que esta ruta hacía tiempo que no había sido transitada. Opté por avanzar pues no había demasiadas zarzas. Aunque también hube de soslayar algunas.

 

Una vez superada la escabrosa subida de nuevo la tranquila selva flanqueando el camino.

 

De repente, algo se mueve entre los arbustos de mi derecha. Es de tamaño medio por el ruido que hace. Parece que se queda quieto. Confío en que ahí se quede y pueda seguir tranquila. En el folleto habla de la fauna de la zona: venados y jabalíes.

 

Parece que sigue avanzando conmigo, parándose cuando yo me paro. Por precaución recojo un grueso palo del suelo. Tal vez sea un jabalí, creo que sólo atacan para proteger a sus crías. Pero…

 

Continuamos con el juego de arranca y para. Mentalmente le envío un mensaje de paz y concordia. Le pido que se aleje pues puede hacerlo mejor que yo. Por su lado hay mucho bosque, yo sólo tengo el camino.

 

Empieza a emitir un sonido, como el ladrido de un perro asmático. Insisto en que lo mejor es que nos vayamos cada uno por nuestro lado, ya que si nos encontramos nos vamos a dar un gran susto los dos.

 

Al cabo de un buen rato, insistiendo en mi mensaje mental y el otro en su medio ladrido, con muchos espacios de silencio, terminó por desaparecer.

 

Más aliviada continúo sin soltar el palo que me está sirviendo de apoyo.

 

Algún kilómetro más adelante un gran árbol caído en mitad del camino me corta el paso. No es cuestión de deshacer ahora los pasos dados y trepo por la ladera para tratar de rodearlo.

 

He de caminar por ella bastante trecho pues no hay manera de bajar, hasta llegar a un pequeño terraplén por el que me decido a hacerlo. Me apoyo en el palo para no resbalar, pero se rompe, dándome una dolorosa culetada sobre lo único duro de mi atuendo veraniego, el móvil, que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón, totalmente inservible en toda esa zona por falta de cobertura.

 

Un poco más adelante el camino se bifurca… Tomo a la derecha sin mucha convicción, pues hace tiempo que el papelito de la ruta no me sirve para nada, ya que los hitos que señala brillan por su ausencia.

 

Ya se hace largo y pesado el recorrido, no acierto a verle el final y enfilo el penúltimo repecho en busca de la salida, supuestamente al otro lado del pueblo de Malleza.

 

Asomo por fin a la civilización… una carretera. Vacía y rodeada del mismo bosque, algún prado y… ¡casas!, donde poder preguntar dónde me encuentro y orientarme.

 

Me decido esta vez por la izquierda. Todas las casas están cerradas. Vislumbro una espadaña con su campana y sigo hacia allí. Al poco empiezo a oír una sierra mecánica. Por fin gente.

 

Una señora mayor está cortando leña y, a pesar de mis avisos, se asusta al verme junto a ella.

 

Amablemente me saluda y ante mi pregunta para llegar a mi pueblo adoptivo por unos días, me indica que está un poco retirado, como a 15 km, pero me señala como llegar con el coche (que supone tengo en la puerta).

 

Emprendo la vuelta por el asfalto. Animada por ubicarme de nuevo en el mapa, aunque sea en el valle contiguo del que partí. Aún queda mucha luz y camino acompañada. El perrillo de la casa se viene conmigo, muy contento ante la novedad.

 

Tras varios kilómetros y dos bifurcaciones temo que no sepa volver. Ha agotado sus reservas para ir marcando el camino con su orina y casi arrastra la lengua por el suelo.

 

Le hago saber, como buenamente puedo, que no quiero que me siga y que vuelva a su casa.

 

Se queda un poco atrás y veo como se dirige a un prado donde hay una bañera que hace de bebedero para las vacas, pero tiene muy poca agua y resulta muy alta para su tamaño.

 

Al rato aparece tan feliz completamente empapado. Debió poder saltar lo suficiente para colarse dentro, beber y, de paso, darse un baño.

 

Ya vislumbro a lo lejos la cúpula verdiazul del campanario. Pasado el punto de fatiga, las piernas y brazos se mueven solos, parecen hechos de trapo. La tranquilidad de ir por buen camino me impulsa sin gran esfuerzo. Mi mayor preocupación es el perrillo descarriado.

 

Finalmente llego a mi hospedaje. Allí me confirman el cruce al otro valle y cuál era el animal que me acompañó parte del camino… un venado, que son los que emiten un sonido parecido a un ladrido. Habría estado bien saberlo antes, por lo de ahorrarse los miedos infundados.

 

Para librarme de mi enamorado canino y de su excesiva efusividad, tuve que encerrarme en mi habitación por unas horas. Antes me aseguraron que, como buen perro montañés, sabría volver a casa sin ningún problema, sin necesidad de preguntar, como había tenido que hacer yo.

 

Mara Cascón

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46. ENTRE LAS NUBES óleo s/tabla 24x24 ©Mara Cascón
46. ENTRE LAS NUBES óleo s/tabla 24x24 ©Mara Cascón

ASTURIAS ( Malleza, Pravia, San Juan de la Arena )

Junio 2004

 

Llevo tres días en Asturias. Ayer recorrí la espesura del monte asturiano, entre castaños, robles y eucaliptos altísimos, por senderos poco transitados de los que se habían adueñado zarzas y espinos, helechos y ramas, árboles enteros caídos lo cruzaban y altas hierbas que casi los cubrían por entero.

 

Absoluta comunión con la naturaleza, no exenta de respetuoso temor, unido a mi entrega y confianza en la bondad del Universo. Comunicación profunda y diálogo a nivel de corazón con árboles, plantas, arroyos y animales. Como aquel que oí y me oyó. Fue mejor no vernos para asustarnos menos los dos y seguir cada uno por nuestro camino, tras reconocer nuestra existencia y mutua consideración.

 

Ahora escribo para el recuerdo desde el paseo de la Playa de los Quebrantos, en cuyo centro, encaramada a una roca, me he entregado a la benéfica protección y restauración que el mar, el aire, la luz y la tierra me procuran.

 

Atenta, eso sí, a la subida de la marea, para salir a tiempo y no quedar atrapada en mitad del agua.

 

Pletórica naturaleza la de este lugar. Serena, espléndida y poderosa.

 

He tenido encuentros curiosos, como el perro de la ermita en ruinas a la que fui a parar por caminos equivocados; que me acompañó hasta mi destino, aportándome su apoyo, afecto y compañía. Ya en el jardín del hotel no estaba dispuesto a dejarme. Se ponía a mi lado y buscaba mis mimos como si de compañero de toda la vida se tratase, y finalmente, para hilaridad general, le pudo la pasión y el frení y buscó la máxima intimidad frotando su “barbilla” y todo su cuerpo contra mis piernas. Tuve que esconderme y sólo se marchó ante la firmeza del dueño.

 

Los niños fueron otro abrazo inesperado: francos, afectuosos, encantados con todo, y también acaparadores. Me acompañaron mientras pintaba y participaron a su manera.

 

La dulzura, ingenuidad y atenciones de ese alma cándida de la muchacha uruguaya que limpiaba, servía la comida y me daba conversación. Por cuyo medio me han llegado las máximas sobre los pensamientos de Swami Shivananda.

Gracias.

 

Mara Cascón

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59. S.JUAN DE LA ARENA óleo s/ lienzo 46x27 ©Mara Cascón
59. S.JUAN DE LA ARENA óleo s/ lienzo 46x27 ©Mara Cascón

SOMIEDO

Junio 2004

 

Termino mi estancia en el Parque Natural de Somiedo. He visto las brañas, los riscos, los prados, las cascadas y los ríos, alguna vaca e infinidad de flores, pájaros y animalillos.

Las luces del cielo son impresionantes y convierten el paisaje en un caleidoscopio en constante movimiento.

 

No ha faltado la conversación con jóvenes y viejos, la hospitalidad y la curiosidad de los lugareños ante una mujer sola.

Incomprensiblemente sigo sintiéndome cansada y algo tensa. Tal vez la alergia y la menstruación contribuyan a ello.

 

Me he sentido dueña de mí y de mi tiempo, pero también un poco aburrida. He mantenido sin problema mi alimentación supersana, sin gota de alcohol por los antihistamínicos y la propia costumbre. Pero me quedo sin compartir una botella de sidra.

 

No ha habido nada extraordinario, ni bueno, ni malo. Todo ha estado en armonía, tanto lo benéfico (hermosos paseos en coche y a pie) y los pequeños contratiempos (tubo de escape descolgado después de 30 km de pista en mal estado y arreglado en un taller cercano a mi hotel) que han sido rápida y fácilmente resueltos.

 

Puede que éste sea el estado más próximo a la felicidad, pero me falta emoción y vibración vital.

 

Supongo que vendrá después. Ahora había que reducir el diapasón, dejar descansar mente, cuerpo y corazón para cargar las pilas en profundidad.

 

La alegría de vivir es un ejercicio constante que unas veces se siente de forma exultante y otras de forma apagada y callada, por dentro y por fuera. Los famosos ciclos de Vida-Muerte-Resurrección.

 

Mara Cascón

www.farodeluz.es

71. SENDERO DE SOMIEDO OT 47x39 ©Mara Cascón
71. SENDERO DE SOMIEDO OT 47x39 ©Mara Cascón